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Martín Elías un vacío sentido

En lo alto de la montaña las nubes no se besan sobre el cerro, ese aire fresco que baja de la sierra viene envuelto en remolinos de llanto y tristeza, esa misma tristeza que enmudeció el silbido bullicioso de la brisa del morrosquillo, que llegó aciaga a los Montes de María y se devolvió a nuestra Sabana cargada de congojas, dolor y llanto porque en nuestra tierra donde Martín Elías era un ídolo acababa en una forma desafortunada e indeseable de tener ocurrencia el fatal accidente que termino con su existencia.

Fue el eco del sonido de un pickup desde el monte Mariano, pueblito de Salitral (Ovejas), que al tropezar sobre las paredes de los cerros de almagra ubicados allá montaña arriba en los Montes de María, el que permitió conocer a los nativos y a los que estábamos paseando por la zona con ocasión de la Semana Santa la noticia sobre el insuceso acontecido en la carretera que desde Sincelejo conduce a San Onofre, ruta utilizada para ir a Cartagena o Barranquilla por ser más corto el recorrido.

En el pueblo de Don Gabriel’, tierra donde nació el cantante y autor de la cumbiamberita ‘Nacho’ Paredes y ubicado a 10 minutos de Salitral, se escuchó nítidamente el mensaje emitido por el animador de las fiestas patronales que ese día se celebraban en el laborioso pueblito y quien en su alocución dio a conocer la decisión de la Junta Directiva de las festividades en el sentido de amenizar con las canciones de Martin Elías las tradicionales carreras a caballo a cambio de los porros que de manera tradicional musicalizaban estas fiestas, como duelo pidió hacer un minuto de silencio, al término del cual comenzaron a sonar efectivamente en forma sucesiva e ininterrumpida las canciones grabadas por Martín con sus diferentes acordeoneros.

La reacción de estos pueblos monte marianos fue como el preludio de los sentimientos de dolor y solidaridad que se vivieron en Sincelejo apenas la gente se enteró del accidente. En forma masiva los seguidores del artista se trasladaron inicialmente a la Clínica Santamaría, sitio al que fue trasladado gravemente Martin, allí permanecieron todo el tiempo llorando y coreando las canciones del cantante vallenato, muy pendientes de la evolución de su estado de salud. Una vez conocido su fallecimiento se sintió en la ciudad una tristeza acentuada por un color grisáceo en el cielo. La multitud acrecentada en número se dirigieron entonces a la sede de Medicina Legal donde estuvieron hasta el momento en que el féretro de Martin Elías fue trasladado a Valledupar, haciéndole calle de honor y acompañado por una nutrida caravana de motos y vehículos hasta salir de la ciudad.

Hoy que la música vallenata indudablemente atraviesa por una crisis donde no salen a la palestra todos los días cantantes de la talla de Silvestre, Peter, Martín Elías, etc., donde las canciones que ganan el Festival no las graba nadie, donde los acordeoneros que ganan la categoría profesional con muy pocas excepciones trascienden, es indudable que Martin Elías representaba con muy pocos cantantes de la nueva generación la esperanza de reivindicar a este folclor que identifica a vallenatos y sabaneros. Aunque soy de la línea del vallenato perrencuo, debo reconocer que quedará un vacío muy difícil de suplir por mucho rato. No en vano el Gran Martín Elías, considerado por muchos como un diamante aun en bruto, tenía las condiciones para aportar a este folclor su granito de arena para darle la valía y la preponderancia que solo los talentosos pueden aportar.

Tras el vació que nos dejó la ausencia de Juancho Rois, Kaleth y ahora Martín con tanta juventud, pero con tanto talento por aportar para la grandeza de este folclor, queda hacer las siguientes reflexiones: ¿qué está pasando con el manejo de nuestros artistas?, ¿Por qué firman dos o más contratos para el mismo día, donde las circunstancias de tiempo y distancia no permiten de forma responsable y oportuna cumplir contractualmente? Con todo respeto, el único que tiene la virtud de estar al mismo tiempo en diferentes lugares es el Dios de la vida, el propietario de la omnipresencia.

Por Manuel Barrios Gil

 

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