Es un viernes santo caluroso en Valledupar, los termómetros están a punto de estallar, tengo los ojos un tanto aguados, un sinsabor que me impacienta y que a la vez solo me permite pronunciar unas cuantas palabras.
Los designios de Dios y la vida la mayoría de las veces son muy difíciles de aceptar, para ello se necesita mucha fuerza, abundante resignación, pero son eso, las determinaciones de nuestro Padre, el de la ventana azul. Hace pocos minutos se conoció del fallecimiento del artista de la música vallenata Martín Elías Díaz Acosta, hijo de Diomedes Díaz, un cantante con una proyección artística impresionante, quien a sus 26 años se había posicionado en un sitial al que pocos habían logrado acceder, un ser con un carisma y una jovialidad que daba gusto apreciar, acreedor de ese don hermoso y especial como lo es el canto de la provincia del Valle de Upar. El vallenato hoy perdió a uno de sus buenos muchachos, hoy marcha hacia el cielo ‘El Gran Martín Elías’, quien tendrá la dicha de reunirse con desaparecidos baluartes de nuestro bello folclore.
Raras son las veces que escribo mis columnas de opinión al son de las melodías de un acordeón, pero creo que hoy la situación es muy distinta. La partida de Martín Elías deja un gran vacío en nuestro patrimonio cultural, como también considero que a través de ella recibimos un mensaje que no es tan extraño para nosotros, es algo que Dios y la vida viene haciendo de manera constante con quienes habitamos este mundo terrenal, hablo de aquel llamado a la cordura, el respeto y el valor por ese bien preciado que muchas veces ultrajamos y desafiamos, sí, la vida.
Con esto no busco imputarle algún cargo a Martín, no, todo lo contrario, lo que busco resaltar a través de este escrito es como la vida se nos puede ir tan solo en un instante, de forma inesperada, sin dar aviso alguno; ver cómo se puede apagar una vida llena de sueños como la de Martín, cómo se esfuman las quimeras de personas de buen corazón, personas que su consigna siempre fueron la buena fe y buenos comportamientos. La vida es quizás una de las muestras de amor más grande que tuvo nuestro Creador para con nosotros, es labor nuestra velar por ella, honrarla.
Cuando niño, recuerdo que hubo una época en la que en las noches me levantaba llorando con el argumento de que no quería morirme, yo buscaba refugio en los brazos de mi madre, creo que ella nunca llegó a entender los motivos por los cuales yo reaccionaba repentinamente de tal manera. Hoy recordando esos episodios, me impresiona como una persona de escasos 10 años puede estar pensando en esas cosas, pero por otro lado hay que reconocer que la muerte es una realidad inocultable e inevitable, es por eso que no solo debemos vivir, hay que saber vivir.
Son muchas las enseñanzas y exhortaciones que germinan de esta lamentable coyuntura por la que hoy transita nuestro macondiano y folclórico país vallenato.
Dicen las santas escrituras que la “La prudencia vale tanto como las canas, y una vida intachable es como una edad avanzada” (Sabiduría 4, 7-17). Considero que la vida debemos afrontarla con la mayor precaución posible, sobre todo nosotros, la juventud, quienes estamos en la plena obligación de replantear nuestro norte.
Duele mucho la prematura partida de Martín Elías Díaz, sin duda alguna, uno de los relevos generacionales más integrales de nuestra música. Reconforta un poco saber que: “El bueno, aunque muera antes de tiempo, tendrá descanso, pues la vejez que merece respeto no es la que dura mucho tiempo, ni se mide por el número de años” (Sabiduría 4, 7-17). Se dice que el tiempo de Dios es perfecto, de lo cual no tengo la más mínima duda, este fue el tiempo de Martín y eso hay que aceptarlo, fue nuestro creador quien así lo dispuso, nosotros estamos sujetos a su voluntad.
Bien decía el cantor que: “No somos dueños del mundo, pero sí hijos del dueño”.
Por Camilo Pinto Morón
@camilopintom