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Manuela Torres Arroyo, entre machismo y los sueños cumplidos

Manuela Torres Arroyo. FOTO/CORTESÍA.

“¡Caramba!”, me dijo Manuela Torres Arroyo cuando me vio traspasar la puerta de su casa. “Qué viento lo trajo por acá, señor”. Se levantó de donde estaba, debajo de un pequeño rancho de palma que utiliza como cocina, y se encaminó hacia la puerta de la calle de su vivienda, donde yo la esperaba. Su andar era lento, lucía en su cabeza un turbante cuyo color imitaba la piel de un tigre y en su frente un mechón de pelo cano. Cubría su cuerpo con un vestido gris largo, de botones, sin mangas. De su cuello colgaba un escapulario y en su rostro estaba la expresión de una sonrisa de bienvenida. Me pidió que entrara a su casa, me dio un abrazo, y nos ubicáramos en dos sillas plásticas que estaban en la sala de la pequeña vivienda.

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El reloj marcaba las cuatro de una tarde amenazada de lluvia por una nube que traía las brisas de los Montes de María. Miguel Hernández, su esposo por más de cincuenta años, me informó que ella se encontraba dentro de la vivienda, un pequeño edificio compuesto por dos cuartos y una sala. Él estaba en la acera contraria a la casa que ocupaban desde que un viento huracanado destruyó la de la pareja. Estaba sentado, sin camisa, en el sector de Palenquito de Barranca Nueva, Bolívar, “cogiendo fresco” debajo de un árbol de Olivo.

De la calle llegaron ruidos de animales, de motos, algunas voces, pero el silencio pareció detenerlos cuando estalló la voz sonora de Manuela, para contarme sobre la existencia en la sala de un arrume de trozos gruesos de cartón: “Esa son las paredes de la casa que Comfenalco me va hacer en la misma parte donde tenía la mía que era de material. La tumbó una briza y desde entonces ando bregando para que me la hagan. Una vez le canté al gobernador de Bolívar y ahí estaba el vicepresidente, Vargas Lleras, quien me aseguró que me la iba a construir y eso quedó en promesas.  Ya no recuerdo las veces que he ido hablar con el alcalde de Calamar para pedirle que me reconstruya la casa. En estos días me mandaron esos cartones, ¡Figúrese! Si un ventarrón tumbó la casa de material que se dejará para la de cartón”.

Miguel entró a la casa ocupándose en la tarea de descolgar de la cerca que protege a la vivienda, algunas prendas de vestir para que no se fueran a mojar con la lluvia que parecía inminente. Ella, atenta, lo observó haciendo algunas recomendaciones de donde podía ubicar la ropa recogida; él, sin pronunciar una palabra, cumplió lo que le encomendaron. 

“HE AMADO LA MÚSICA”

‘Mane Torres’, así es como la conocen en Barranca Nueva, Bolívar, donde nació un 21 de febrero hace más de ochenta años. Este lugar fue puerto de Cartagena en el Canal del Dique y el río Magdalena, por un poco más de dos siglos, hasta que la boca del Canal fue reubicada en el lugar donde hoy está Calamar. Desde entonces perdió la importancia comercial que tuvo con la navegación fluvial.

Es la última entre los siete hijos, seis mujeres y un hombre, de la pareja Torres Arroyo. El único del género masculino fue Pedro ‘Pello’ Torres Arroyo, compositor, arreglista, trompetista y director de su orquesta, ‘Los Diablos del Ritmo’, de Sincelejo, considerado entre los más importantes músicos del Caribe colombiano.

Canta pajarito, bullerengue, chalupa, son de negro y otros aires musicales, vocación que dice tener desde que estaba en el vientre de su mamá: “A mí me ha gustado toda la vida la música. ¡Sí! A mí desde pequeña me gustaba hacer bailar a mis vecinitos, a mis sobrinos, cuando empecé a tenerlos. Armábamos salones de baile con ramos de bombito para bailar mientras yo cantaba”.  

La influencia musical le llegó por ambos troncos familiares: Torres y la Arroyo, quienes conformaron, a principio de siglo pasado, dos bandas de viento en Barranca Nueva. “Yo crecí viendo a mis tíos maternos y paternos tocando distintos instrumentos, de ahí que, influenciada por ellos, tomaba un taburete que ponía al sol para templar el cuero y después utilizarlo como percusión, interpretando ritmos de la banda como el pasillo, el vals”.

“Nunca he olvidado que, aun siendo una niña de 10 años, toqué el bombo de la banda de los Torres. Fue una tarde que estaban practicando y faltaba el bombero, y yo monté el bombo en un taburete y seguí el compás de la música, era un vals. Después que la banda terminó de tocar, mi tío, al que conocían con el apodo de ‘El Nene’, preguntó que si había llegado Casquito, como apodaban al bombero. La respuesta de los presentes fue reír a carcajadas, porque era una pelaita la que había tocado bien el bombo”.

Aún recuerda la canción, la tararea mientras lleva el compás de la percusión golpeando con los dedos de ambas manos el brazo de la silla donde estaba sentada. Miguel, que se sentó en la puerta que da al patio, silencioso nos escuchó, mientras por la calle iba una brisa con olor a lluvia cercana.

EL MACHISMO

A los 14 años se mudó para Sincelejo donde residía su hermano ‘Pello’ Torres, al que escuchaba interpretar porros y otros ritmos musicales. Ese ambiente avivó en ella el deseo de cumplir sus sueños, interpretar el saxofón y el clarinete. “Quise ser saxofonista, soñaba hacerlo como mi primo Emiromel Torres; pero, qué va, jamás tuve la oportunidad de tener uno en mi boca; creo que ni lo tuve en mis manos”.

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Guardó silencio y retomó la conversación: “Creo que el haber sido mujer me impidió ser músico. Yo quería ser saxofonista y que de mi pecho colgara el clarinete, pero ni mi papa ni ‘Pello’ me dejaron”. Si ‘Pello’ me hubiera dejado yo hubiera llegado lejos como saxofonista. No me hubiera casado, fuera soltera y estuviera virgen”.

Para Manuela ser virgen y soltera es la manera de decir que de haber sido saxofonista hubiera sido una dama recatada, no una cualquiera como eran vista las que no atendían las reglas sociales y morales impuestas por el cristianismo desde el medioevo, más, aun, siendo músico. El músico para entonces, aun perteneciendo al género masculino, era sinónimo de mujeriego y borrachón.

 “Me aburrí en Sincelejo, me di cuenta de que no iba a cumplir mis sueños, pese a que mi hermano me escuchó cantar en varias oportunidades. Regresé a Barranca Nueva, me enamoré de Miguel y me casé con él, me aplasté y la música se limitó a ser la que le cantaba a mis tres hijos acompañada de un tanque metálico”

Para 1996, cuando cumplía 61 años, resignada en su sueño de ser saxofonista, conoció que en Santa Lucía, Atlántico, iban a celebrar el primer festival de Son de Negro y, además, que la danza San Martín, tradicional en Barranca Nueva, participaría. A través de terceras personas se dirigió a uno de los organizadores de la danza pidiendo que la incluyeran en la comitiva que iba al festival, sin embargo, este descartó esa posibilidad.

Pero una circunstancia habría de cambiar su vida: estando en Campo de la Cruz fue abordada por una persona que le dijo que con esa cara de cantadora que tenía debía saber si en Barranca Nueva había danzas de indios y de son de negro, para invitarla a un festival que estaban organizando en ese lugar. 

El haber servido de puente entre esa persona y Bienvenida Alandete, quien lidera la danza, le valió para que fuera invitada por ella para participar en ese evento folclórico. Invitación que se constituyó en la oportunidad que estaba esperando para comenzar a mostrar otro talento, el de cantadora. Sin embargo, el entusiasmo por participar en ese festival enfrentó un nuevo obstáculo:

Cuando yo le dije a Miguel que me habían invitado, me atacó con palabras fuertes, desobligantes, parecía una matraca, entonces nos enfrentamos; pero yo no estaba dispuesta a claudicar en mis sueños como lo hice cuando papá, con su silencio y su falta de apoyo, y ‘Pello’, se opusieron a que fuera músico”.

Se fue para Campo de la Cruz, rompiendo las reglas sociales que antes aceptó resignada y que de nuevo quería imponerle su esposo. En el bus lanzó un guapirreo y cantó una canción con el acompañamiento del grupo musical de la danza. “Ahí comenzaron a cumplirse mis sueños, ya que a ella (Bienvenida) le gustó mi canto, tanto que después que llegamos del festival me invitó para Santa Lucía como cantadora, porque la que cantaba con ellos se enfermó”.

Fue en el primer festival de Son de Negro de Santa Lucía donde comenzó a formar parte de la danza San Martín, en esa oportunidad el grupo dancístico ocupó el tercer puesto. “En nuestra segunda participación en ese festival el grupo ganó el primer puesto y yo fui escogida como mejor voz”.

La participación en este festival llevó a que Antonio ‘Toño’ Pérez, organizador del mencionado concurso, la incluyera, junto a otras mujeres, como cantadora en un CD grabado en el año 1997. Después grabó 13 temas folclóricos, todos de su autoría, con Guillermo Valencia.  Con su grupo, Bazán Tambor, han sido varias las canciones compuestas por ella las que ha grabado. También ha participado en festivales nacionales e internacionales, como el carnaval de la calle ocho en Miami. Con el Dj y cantante Cato Anaya interpretó el crossover ‘El río’, propuesta musical distinta al estilo que la distingue como cantadora del río Magdalena y del Canal del Dique.

Ella no solo compone música folclórica también ha incursionado en los aires de pasillos y vals, virtud que sostiene le debe a Radio Sutatenza: “Aprendí a versear a través de las enseñanzas que impartía Radio Sutatenza, por allá por los años 70, cuando llegaron a Barranca unos líderes de esa emisora. Oyendo radio aprendí a versear, a componer, a entender cómo se rimaba. Yo también fui profesora de Radio Sutatenza acá en Barranca”.

Le pregunté si tiene fotos de sus presentaciones como cantadoras, me señaló varias que enmarcadas cuelgan en las paredes de la sala. Me levanté a verlas, ella se puso de pie y se introdujo en una de las dos habitaciones de la vivienda de donde salió con una fotografía en la que aparece recibiendo el título de bachiller, siendo adulto mayor, otorgado por el colegio de su pueblo, que orgullosa me mostró.

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Volvimos a sentarnos y me explicó que la oposición de Miguel a su actividad de cantadora nacía de sus celos de hombre enamorado, lo dijo lanzando una sonora carcajada que abarcó todo el espacio de la casa que ocupa en inquilinato. Después, asumió una sonrisa pícara y mirando hacia donde él se encontraba dijo que había cambiado: “Tanto que cuando me vienen a entrevistar es quien sale primero”. Volvió a reír a carcajadas y sin dejar de mirarlo afirmó que ya aprendió a controlarlo:

Cuando se molesta yo le recuerdo que lo hago por sentir la satisfacción de haber hecho lo que no me dejaron cuando niña, cuando joven-. Le digo que, con lo que hago, no busco un reconocimiento, busco la felicidad de haber cumplido un sueño, el de cantar, ya que no pude ser la saxofonista que quise. Le recuerdo lo que siempre le digo: que me puedo morir cualquier día y me voy con la felicidad de haberlo logrado”.

Gotas de lluvia comenzaron a golpear el techo de zinc de la pequeña vivienda, algunas personas apresuraron el paso por un callejón que desemboca en uno de los lugares, aledaños al río Magdalena, por donde en tiempos de la Colonia inició el antiguo Canal del Dique. “Va a llover mi hermano”, me dijo Manuela, preocupada por mí. “No sé preocupe”, le respondí, “yo tengo asegurado mi transporte para regresar a Pedraza”. Las gotas de lluvia dejaron de caer, llegó un olor a tierra mojada y ella continuó diciendo:

“A mi edad el qué dirán en este pueblo no amaina el interés de seguir cumpliendo mis sueños. Han hecho comentario en mi contra y bastante, mi hermano. Algunos me golpean porque yo lo que he hecho en la música es por gozarla, no por orgullo. Figúrese, qué clase de mujer soy yo que los bailes de la juventud mía eran los que hubiera en mi casa, y esos fueron muy pocos. Cuando siento que los comentarios van a entorpecer con lo que hago, digo: ‘El que quiere y puede, que lo haga’”.

Un accidente que tuvo cuando salía de viaje hacia San Andrés Isla la llevó a utilizar un bastón de apoyo al caminar, lo que no la limita para sus presentaciones en público. Me dice que las dificultades, como las físicas, las enfrenta con el saber que vive una oportunidad en la tierra y por eso debe aprovecharla al máximo. Dice, además, estar convencida que el día que se muera lo hace feliz sabiendo que cumplió su sueño de “ser músico”, aunque no haya sido saxofonista, lo que el machismo no le permitió cumplir.

Mire cómo han cambiado los tiempos, hoy mis nietas toman mi bastón y lo utilizan como micrófono, yo les digo a todos déjenlas hacerlo; además, tocan la tambora y le sacan notas”.

“Cuando yo me solté a cantar y grabé mis dos primeras canciones en un CD, mi hermano ‘Pello’ me dijo: ‘De haber sabido que la mujer iba a tener esa libertad para cantar, yo te hubiera apoyado”.

Por Álvaro Rojano.

Categories: Crónica
Alvaro de Jesus Rojano Osorio: