X

¿Malicia indígena?

Lo sucedido en el estadio Hard Rock de Miami durante la final de la Copa América donde no solo perdimos el certamen sino que tal vez el último vestigio de respeto que pudiésemos tener en el exterior —y no voy a detallar porque las imágenes se viralizaron en todo el mundo con el espectáculo deplorable de unos desadaptados que se fueron para otro país justamente a hacer lo que hacen acá cada vez que se les sale lo clasistas y lo arribistas que  nunca dejan—, pues les tengo noticias, es muy probable que no solo enfrenten cargos federales sino que serán deportados y sus visas canceladas, es lo menos que debe hacer la justicia estadounidense con esos gamines. 

En el estadio salieron a flote los dos problemas más comunes del país; por un lado, los  que se creen con derecho a hacer lo que se les venga en gana porque precisamente abusan de la libertad que les da el Estado y delinquen porque tienen derecho al trabajo, a protestar, a vivir como quieran,  mejor dicho, derecho a todo pero sin que se les exija deberes; y por el otro, los del “usted no sabe quién soy yo”  protagonizado por el presidente  de la Fedefutbol, el señor Ramón Jesurum, quien pretendía entrar a un grupo de su familia y otros acompañantes a los camerinos y un guarda de seguridad se los impidió, y estos patanes no solo increparon al guarda diciéndole que tenían un “gold access” y por ende “acceso total” sino que le patearon la cara hasta mandarlo al hospital, noten como de inmediato se les sale lo colombiano y actúan como tal, porque acá empujan a la policía, escupen a los guardas de seguridad y amenazan con trasladar a los agentes cuando estos intentan hacer su trabajo frente a un alto funcionario o un famoso.

Yo trato de encontrar una explicación a este comportamiento incluso hurgando desde la evolución biológica de las especies en la teoría de Darwin, la competencia en la cadena alimenticia donde el más fuerte sobrevive y hasta la existencia de la violencia en los genes del colombiano promedio; noten como el domador de leones usa látigo y comida en el proceso de domesticación, el cebador usa alambres electrificados y de púas,  mangas y camellones para guiar al ganado, el domador de caballos usa fuete y espuelas para amansar al potro, y para nosotros se crearon normas, códigos, leyes y reglamentos precisamente para evitar que instintivamente saquemos el lado salvaje, y es ahí donde la ley debe operar y lo debe hacer de manera implacable y sin distinguir quien es el infractor, por algo el símbolo de la justicia tiene una venda en sus ojos.

Reconocidas emisoras nacionales y hasta el común opinador de esquina salieron a justificar la actuación de los delincuentes que destrozaron el estadio, Luis Carlos Vélez dijo que el señor Jesurum era un hombre decente y le enviaba un mensaje de solidaridad, y la Dimayor con sus clubes afiliados hicieron lo propio; mientras que por otro se culpaba a los organizadores porque no se prepararon para esa final, dicho de otra forma, debieron llenar los alrededores de policías antimotines, cientos de patrullas y guardas de seguridad para poder controlar a esa horda de desadaptados que asaltaron el estadio, hágame el bendito favor.

Pero si hay algo que nos mantiene en el tercermundismo es el arraigo cultural del delito, no en vano se premia al “avispado”, se idolatra lo vulgar, lo burdo, porque precisamente es ese modelo el que triunfa en el país, por eso a los ladrones se les premia con curules en el Congreso y algunos llegan a ser presidentes; en síntesis, se normaliza lo que debiera ser rechazado socialmente y la realidad nos da un palmo de narices cuando salimos más allá de nuestras fronteras porque allá es a otro precio y Estados Unidos es implacable en la aplicación de la ley. Su soberanía está por encima de todos, no en vano tiene procesado a un expresidente y actual candidato, ha hecho dimitir a presidentes en ejercicio, ha encarcelado famosos y el ciudadano puede dormir tranquilo porque sabe que el Estado está para defenderlo y protegerlo del delito; en ese sentido, rigurosos estudios  hablan que se necesitan al menos cuatro generaciones para cambiar nuestra cultura.

No he visto a ningún indígena usando sus influencias para colarse en la fila, ni aprovechándose de ellas para evadir la ley. ¿De cuál malicia indígena me hablan entonces?  

Por: Eloy Gutiérrez Anaya.

Categories: Columnista
Eloy Gutiérrez Anaya: