Hay golpes que noquean. La muerte de un ser querido, la muerte de un amigo entrañable con quien se compartió toda la vida, es de esos golpes que dejan grogui al más estoico de los hombres. Lo he vivido en carne propia, la más reciente con la prematura desaparición de Enrique Carrillo Urrutia.
El día luctuoso fue el 3 de marzo de 2016, uno de los más duro para mí. Por ironías de la vida, el dolor empezó bien temprano, a las 5.30 a. m., cuando recibí una llamada de mi compadre Bore Luque, anunciándome la muerte de ‘Mariposita’, como sus amigos íntimos, sobre todo los de la barra Shangay, llamábamos cariñosamente a Enrique.
Aun no me repongo de la noticia. Ajeno a la práctica de la escritura, esta es la segunda oportunidad que me toca escribir para un compañero de la Shangay. El primer destinatario de mis notas fue Ciro Villazón Gutiérrez, muerto también prematuramente (20….), víctima de una inclemente e indolente afección pulmonar.
Ahora se nos va Enrique, realmente el fundador y sostenedor por muchos años de la popular barra Shangay. Enrique, al igual que Ciro, no era cualquier compañero, era el ‘padrote’, nuestro padrino; por mucho tiempo fungió como nuestro ‘padre’: era el gestor de cuantas parrandas, paseos, casetas, carnavales, festivales y programas realizábamos, que no eran pocas en aquella época floreciente.
Con su proverbial bajo perfil, con su sencillez extrema que contrastaba con el reconocimiento de que gozaba entre sus conocidos y sus colegas agrónomos, Enrique Carrillo fue un tipo importante para el folclor vallenato e importantísimo para su actividad profesional.
¡Quién lo creyera! Fue el fundador y mecenas y sostén de la Barra Shangay, una organización de amigos conservada y vigente por casi cinco décadas, sin bajar una gota de aceite pese a las inclemencias de las épocas. Sus otros cofundadores –Argemiro Meza, ‘El Bore’ Luque, ‘Juanchito’ Díaz y el suscrito– estudiantes y varados en aquellos remotos tiempos, solo alcanzábamos a seguirle y alcahuetearles los afanes parranderos a Enrique. Y claro, lo hacíamos a gusto, cómo no, si obteníamos lo que más queríamos.
Tan acendrado tenía Enrique su amor por su vallenato, y tanto le aportó a nuestro folclor, que con su primer sueldo (ICA, $7.500) se fue con Viti Robles, su conductor oficial, para Maicao a comprar un acordeón cinco coronas. El recuerdo es fresco. Parrandeábamos en la calle 23 (barrio Primero de Mayo), casa de Julio Gámez, y a las 3:00 de la madrugada se le dio la ventolera por el viaje, eso sí, a condición que debíamos esperarlo en la misma parranda. Regresó 12 horas después, y ahí estábamos, firmes y expectantes, dispuestos a refrescarnos con las dos cajas de cervezas alemanas traídas de Maicao, ahora amenizados por el pariente Julio Escobar (estrenando acordeón), ‘El Pachi’ Villazón (caja) y ‘El Bore’ Luque (guacharaca). No pregunten a qué hora y qué día terminó la parranda.
Tan sencillo y amigo era Enrique que nos alcahueteaba todas nuestras pilatunas, y muchas con trazos de irresponsabilidad. Meza, ‘El Bore’ y yo organizamos un paseo a Río Seco con unas chicas que de monjas no tenían ni un pelo, y Enrique nos solucionó el problema del transporte: prestó su Nissan Patrol, nuevecito, pese a que ninguno de nosotros sabía manejar. Al timón ‘El Bore’, con solo una rápida inducción. Imagínese el desastre. Pero no fue tanto, pues llegamos vivos y coleando donde nos esperaba el resto de amigos, la casa de mi madre, sede de la Shangay.
En aquellas décadas de los 70, 80 y 90 eran famosas las parrandas y serenatas dadas con Julio Escobar, ‘Beto’ Murgas, ‘Beto’ Muegues, ‘Cirito’ Mesa, y para variar, con Alejandro Baute y sus muchachos, ‘a quien le daban plata y no la cogía…’.
Con ese acordeón comprado por Enrique, y propiedad de la Shangay, se presentaron muchos de los concursantes al Festival Vallenato, entre otros Israel Romero y ‘Beto’ Villa. Ese aparato sacó de problemas a muchos acordeoneros.
Enrique Carrillo fue un hombre destacado en la actividad que emprendiera. Como estudiante fue excelente: mejor bachiller del Loperena (1965) y el primero en su promoción de Ingeniero Agrónomo (Universidad del Tolima, 1970), sacando la carrera en nueve semestres.
Como profesional fue notable, reconocido y respetado en todo el país. Hizo escuela como investigador en el ICA, la Federación Nacional de Algodoneros, sede Valledupar, en Química Schering S. A., y en Monsanto, convirtiéndose en un gran estudioso del agro en las áreas del algodón, maíz y arroz.
Recuerdo que en el primer semestre de 1974, siendo estudiante en la ciudad de Medellín, la Química Schering S. A. realizó un congreso nacional e internacional en esta ciudad, en el Hotel Nutibara. Asistí al congreso invitado por Enrique y me quedé francamente enorgullecido por la gran aceptación y el respeto que irradiaba Carrillito, a la postre premiado en sus diferentes investigaciones, uno individual y tres en equipo; qué orgullo para mí ver en la cima a uno de los cofundadores de la Shangay.
Enrique, nuevamente nos ganaste en tu nueva vida; pero en fin, tarde o temprano nos encontraremos en la otra vida: Conjuntamente con mi compadre Ciro Villazón, ‘Pateto’ Monsalvo, ‘Panita’ Baute, ‘Chemane’ García, Dima Rodríguez, Gustavo Salazar, David Reales, mi compadre Fredy Montero y quien nos cantara en las diferentes parrandas, Armando Moscote, seremos el deleite del paraíso, de nuevo veremos a ‘Mariposita’ organizando parrandas y dirigiendo un gran guiso de Bocachico.
Hasta luego, amigo: la Shangay, tu familia y amigos siempre te recordaremos.
Por William Quiroz Torres