El 19 de abril del 2020, Radio Guatapurí publicó: “A raíz de la denuncia realizada por el diputado Ricardo Quintero Baute sobre presuntos sobrecostos en los mercados de la Gobernación del Cesar, por fin el ente departamental procedió a publicar parcialmente en el Sistema Electrónico para la Contratación Pública (SECOP) los contratos a través de los cuales adquirió dichos mercados” .
Ni por ahí pensé que fuera a llegar a ningún lado con ese tema, no supuse que fueran a repetir los errores del PAE, y menos de esa forma tan burda. ¿A quién se le ocurrió exponer a Luis Alberto con 41 contratos por $17.054 millones de pesos?
Hasta ahora, todo es presunto, aunque la Fiscalía General de la Nación muestra tener un buen acervo probatorio, así me decía hace unos días el abogado Luis Fernando Padilla, el mismo que de forma juiciosa e inteligente demandó la elección de la gobernadora Elvia Milena.
Pero con presunción o no, quién entiende que un joven con proyección en la vida pública, como el exgobernador Luis Alberto, permitiera que su nombre quedara expuesto y terminara por el suelo.
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Quién entiende que una persona, hijo de unos padres con unos bienes importantes y con la liquidez que da una estructura de capital sólida como la de su familia, esté en las que está. Quién entiende que un joven con una mamá servicial, trabajadora y reconocida en las causas sociales a quien todo el departamento reconoce, esté enredado como está. Quién entiende que un joven que inició su vida política acompañado de presencia física y de impresión de buena persona, judicialmente hablando sea un condenado por unos delitos y un investigado por otros.
Si uno no le debe su elección a nadie y no tiene deudas de campaña política, para qué enredarse con temas de plata y corrupción, peor aún cuando por familia la plata ya está hecha.
Quién entiende que un joven con unas investigaciones de su primer periodo como gobernador lo vuelvan y lo lancen para otro periodo, en vez de bajarle el perfil. Peor aún, se vuelva a lanzar y no dijera no. Quién entiende, que a pocos meses de haber iniciado su segundo periodo y al estilo más chambón termine enredado en un escándalo de mercados, cuando ya venía enredado de su primer periodo en el mismo cargo, en temas de contrataciones relacionadas con alimentación escolar (PAE).
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O el muchacho se fregó el mismo o lo fregaron los más cercanos y funcionarios subalternos; pero pensar que una emisora importante en el contexto regional o que un periódico con la pluma de un quisquilloso y honesto periodista que sabe investigar y que no se deja comprar, van a influir en la Corte Suprema de Justicia o en la Fiscalía General de la Nación es como si la señora a uno le es infiel y uno culpa al sofá de la casa.
Tiene mucho valor el histórico medio radial cuando hace periodismo objetivo sin tragar entero o el medio escrito de trayectoria regional cuyos editoriales y trabajos de investigación frente a la gobernación reflejan con objetividad situaciones irregulares. Pero si no hubiera argumentos qué órgano judicial nacional iba a asumir llevar sus actuaciones judiciales a las instancias que han llegado con Luis Alberto.
Pensar que dos o tres columnistas locales mueven la aguja de magistrados y fiscales del orden nacional, con el respeto de ellos y sin restarle merito a sus columnas, ni si ellos fueran Daniel Coronell. Pero igualmente, valioso el trabajo de esos columnistas que se atreven.
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Pensar que dos diputados (hoy solo uno) con su férrea oposición logran que la lupa de la justicia mire a Luis Alberto; ni si fueran senadores de la República, de esos que todos los días opinan en La W Radio. Eso sí que de gota en gota se llena el vaso.
Yo que he sido y soy fumador de cigarrillos desde joven, tenía la mala costumbre de justificar mi vicio y echarle la culpa a cuando estudié el bachillerato en Bogotá, a los amigos con los que bebía en Valledupar, a la mala situación y hasta a la buena; pero nunca asumía mi propia culpa. Ya mayor de cincuenta y sin dejar el cigarrillo, entendí que el único culpable de mi vicio soy yo.
Se rodeó mal o no supo frenarlos, pero el problema es que el joven ya no es un jovencito, ya no es joven; el problema es que su oposición se la hizo y se la hace él mismo y quiénes lo rodean; sin necesidad. Quien ha tenido todo para triunfar no puede dejar que su nombre termine en el suelo, pero si esa fue la decisión que tomó, asuma y no nos haga creer que es la oposición, ya que corre el riesgo de mirarse al espejo o mirar a quienes lo rodean y encontrar a quienes le hacen persecución.
Por: Quintín Quintero