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Lugar de reposo

“Aquella noche se le apreció Yahvé y le dijo…” (Génesis 26,24).

Muchas fueron las penurias del patriarca Isaac, enfrentado a situaciones difíciles, veinte años después de que su padre Abraham se hubiese enfrentado casi que a los mismos desafíos. Estaba pasando por un tiempo de hambre en la tierra, quiso emigrar a Egipto buscando mejores oportunidades de subsistencia, pero Dios le ordenó permanecer en el lugar, recordándole las promesas que había dado para su padre Abraham. El temor de vivir en medio de sus enemigos, los filisteos, lo consumía, especialmente por la exuberante belleza de Rebeca, su mujer. 

Luego, la prosperidad económica le sonrió y tuvo que irse de su lugar por causa de los celos de sus anfitriones y las constantes peleas por la apertura de pozos en el desierto en busca del agua. 

Después de todos esos problemas y desventuras, estando en Beerseba, Dios se le manifiesta para reafirmar sus promesas anteriores. ¿Por qué justo allí? ¿Por qué después de haber padecido? ¿Acaso el tiempo pasado, fue en vano? La respuesta es que fue precisamente allí, en esa localidad donde halló descanso. Toda esa acumulación de conflictos y dificultades, riñas y malos entendidos, habían traído desolación y angustia a su alma. Pero, esa noche halló descanso. Después de haber pasado la contienda en la tierra de los filisteos, cuando decidió obedecer la voz de Dios y marcharse y buscar un cambio de escenario y quitar su tienda del sitio de conflictos, aquella misma noche recibió la revelación de Dios. 

Dios habla cuando no tenemos ninguna tormenta interior, no cuando tenemos la mente irritada. Su voz reclama el silencio del alma. Y fue en el silencio de su ser interior como Isaac pudo oír el susurro de la voz de Dios. Su noche silenciosa fue su noche más llena de estrellas. 

Caros amigos, en la hora de la perturbación es difícil oír la contestación a nuestras oraciones. Con frecuencia sentimos que las respuestas nos llegan con mucho retraso. En el fragor de las luchas internas, el corazón no tiene respuestas a su clamor. Pero, cuando cesa el clamor, cuando viene la calma, cuando nuestra mano temblorosa deja de llamar a las puertas de hierro, cuando nuestro enfoque de la vida se concentra en otros, más allá de nosotros mismos; entonces, se rompe la tragedia y aparece la respuesta tan retardada. 

Debemos tener paz si queremos obtener el deseo de nuestros corazones. Las pulsaciones de la necesidad no deben alterarnos; debemos mantener la calma y la confianza de que por oscura que sea la noche, siempre dará lugar a un nuevo amanecer. Aprendamos a escondernos detrás del altar de su presencia, a escondernos de las tempestades de la turbación, y seguro, esa misma noche se nos aparecerá el Señor. El arco iris de su presencia se extenderá por el lugar de la inundación producida por las circunstancias y en la quietud podremos oír la clara y diáfana voz de Dios. 

Las lecciones más grandes de la vida, son las que aprendemos en medio de la adversidad, habiendo cultivado el silencio del alma en la presencia de Dios. Y sin importar cuál pueda ser la situación que hoy estés experimentando, debo repetir la promesa dada a Isaac: “El Dios de nuestros padres, estará con nosotros, nos bendecirá, infundirá ánimo y multiplicará nuestra familia por amor a Abraham, su sirvo”. 

Edifiquemos un altar para Dios en nuestros corazones e invoquemos su nombre porque en el lugar de la revelación, allí está la bendición. Avancemos confiados y disfrutemos de la cosecha al ciento por uno. Abrazos y bendiciones. 

POR: VALERIO MEJÍA.

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