Salí a comprar un par de zapatos, pues era lógico que después de haber trabajado incansablemente todo el año, me diera el lujo de comprar algo que siempre me ha gustado tener y estrenar, ¡zapatos!
Le dije a uno de mis hijos que me acompañara y después de mirar de tienda en tienda y de todo tipo y clase, logré encontrar unos que me agradaron, y su poco peso, calidad y suavidad del cuero, como su suela gruesa y elegante, me entusiasmaron tanto, que dije para que me oyera el empleado encargado de atenderme: “¡estos son los míos!”
Tanto fue mi entusiasmo que ni siquiera pregunté por su costo.
¡Empáquemelos!, dije…
Valen cuatro millones novecientos… me recalcó el dependiente…
¡Cómo! – exclamé alarmado.
¡Así es! Es la más alta gama de calzado italiano que tenemos, además es un calzado que puede durar de acuerdo con su uso más de diez años,… continuó diciendo como para acelerarme el entusiasmo.
¡No!,… ¡dejemos la cosa así!… contesté tajantemente, convencido de mi decisión.
Salimos de aquel lugar rápidamente bajo la insistencia de mi hijo para que me los quedara, aduciendo mi derecho a tener buenas cosas, pues para eso trabajaba.
De inmediato le dije: yo fui criado bajo muchas necesidades y la austeridad era prioridad, sin dejar de huirle a la felicidad, pero mira, yo me pongo un par de zapatos de estos y con solo pensar en la necesidad de la gente y familias pobres, la vergüenza no me permitiría caminar sobre ellos y entonces, yo perdería mis ratos de felicidad, que estoy seguro no se me escaparían con zapatos de mucho menos precio.
Mira aquel mendigo que está en la esquina, pidiendo cualquier moneda que le mitigue el hambre por un mínimo instante. Con aquel dinero de la compra, una familia de cuatro personas comería seis meses, como mínimo, y el dueño del almacén con los beneficios obtenidos por mi compra, lo más probable es que los disfrute y gaste en placeres y vanidades, o en generar más actividades comerciales y más empleos. Esta es la ley de la vida, unos sufren y lloran, otros ríen y disfrutan, lo entiendo perfectamente, pero con pequeños pasos de compasión sin lástimas podemos mejorar la situación de muchos.
A veces perdemos la racionalidad y entonces por falta de análisis, las cuentas no nos salen acertadas.
Pensando en todas estas cosas se me enredó la mente y nunca supe si obraría bien o mal, solo sé que actué conforme a mis pensamientos, frutos de mi educación original y me dije: la felicidad está en las pequeñas cosas; pensé en mi edad, 77 años cumplidos y los zapatos podían durar más de diez; ¿duraría yo diez años más? ¡No lo sé!… pues lo que sí sé, es que siendo unos zapatos tan caros, los usaría para motivos especiales y la gente a mi edad no está para esperar motivos especiales, sino para disfrutar de cada día posible de vida, ya que en cada momento cumplimos un año más de vida y uno menos que vivir; con los años mengua la capacidad de producción y se acorta la esperanza y hasta los deseos se esconden, pero la ley natural de la vida es compensatoria y entonces nos vuelve sencillos, recatados, agradables, expertos en sufrimientos, desventuras y alegrías, pero alinea nuestros procedimientos a través de la sensatez, por ello cuando se tiene y se trabaja en demasía se pueden dar las personas muchas clases de lujos y boato, pero siempre acorde con su grado de sensatez y de su espíritu humano.
Goza tu vida, pero respeta tus sentimientos porque en el manejo de estos está la felicidad y el sabor de vivir.
Después de todas estas reflexiones, sentía que Dios me perdonaba, como siempre, nuevamente, y me decía: “anda devuélvete y compra los zapatos, la verdad es que has trabajado mucho, la verdad es que con tu compra podrías estar ayudando a muchos, entre ellos el dependiente, la verdad es que con tu trabajo y las utilidades obtenidas has fomentado el bienestar y sobre todo no has maltratado a nadie, cómpralos y úsalos todos los días y cada vez que mires tus pies puedas exclamar, ¡son míos por diez años!…, pues tu felicidad y tu espíritu de servicio son los que te permiten vivir más años de los que se tienen en la incertidumbre programados”.
Me devolví a comprarlos, pero ya habían sido vendidos a otro.
Pero,… pensé diciéndome: si las circunstancias lo permiten y dispongo de los recursos sin que me vayan a hacer falta, no lo pensaré dos veces,… ¡los compraré!
Al fin y al cabo, como matemático que soy, al sacar cuentas, comprobé que lo que me gastaría en zapatos cada día, es muchísimo menos que lo que dono para suplir las necesidades de alguien en ese mismo tiempo; por ello, cada vez que pueda, no dudaré en tener, las cosas que me gustan; ¡para ello se trabaja!
¡El disfrute de la vida debe ser proporcional a tu trabajo, aplica esta ley y serás feliz!
Por Fausto Cotes N.