BITÁCORA
Por: Oscar Ariza Daza
Los tiempos de política electoral son asombrosos por los hechos que originan en este país de extraños contrastes. Como si fuera un cuento del realismo mágico o maravilloso de García Márquez o Carpentier, los muertos resucitan para votar por un candidato específico, como es tradicional hacerlo en cada elección, para favorecer a algún inescrupuloso político.
Vuelve también a tomar validez aquello de la cedulación que hace algunos años se hizo con los indígenas wayüü, quienes extrañamente aparecen en demasía nacidos el 31 de diciembre y registrados con los nombres más absurdos, inverosímiles e irrespetuosos que alguien pueda poner, aprovechándose de la debilidad que los indígenas tenían para leer o escribir.
Cuando pequeño escuché relatos de mayores que reían ante los nombres que supuestamente los indígenas wayüüse ponían al momento de tramitar cédula. Escuché relatar cómo ellos disfrutaban esto porque eran tontos. Hoy más que risa, siento vergüenza ante el atropello que se cometió en nombre del Estado, pues muchos funcionarios de la Registraduría Nacional del Estado Civil en algunos pueblos del centro y norte de la Guajira, ponían los nombres que ellos quisieran o se hacían los de la vista gorda cuando alguien con intereses politiqueros acompañaba a un indígena a cedularse.
A pesar de que este tipo de acciones ridiculizantes no se presentan en la actualidad, aún muchos indígenas sufren las consecuencias de este exceso de autoridad, que más que un problema de percepción, es un tema de derechos humanos, en la medida que se atentó contra el derecho a tener un nombre y más en la cultura wayüü, cuando el nombre de cada indígena carga el designio de lo que vino a hacer en el mundo.
Aún se encuentran miles de cédulas de indígenas con nombres como AlkaZeltzer, Tarzán Cotes, Coito, Raspahierro, Toyota, Cosita Rica, Perro, Tabaco, Tigre o Paco Paco entre otros, que no han podido establecer su verdadero nombre por falta del dinero que financie este trámite, cuando debería ser el Estado quien corrija de inmediato este abuso y pida perdón por la afrenta que ha sometido a estos ciudadanos a crueles burlas y estigmatizaciones que contradicen el sentido de tener un nombre en su cultura.
Hace algunos meses Priscila Padilla Farfán, bogotana graduada en cine, puso de manifiesto esta violación de derechos humanos al pueblo wayüü, a través de un valioso documental que ha sido premiado nacional e internacionalmente. Nacimos el 31 de Diciembre, es el nombre del trabajo que muestra cómo muchos wayüü piden recuperar su nombre de nacimiento para que sobre sus tumbas no tenga que inscribirse un sobrenombre que simboliza burla en lugar de profesar el profundo respeto que ellos tienen por sus muertos, pues muchos de ellos son autoridades indígenas, como Rafael Pushaina a quien violentaron su nombre para ponerle arbitrariamente Raspahierro.
De igual manera les sucedió a otros como TankoPushaina a quien le llamaron Tarzan Cotes; o Cotiz a quien llamaron Alka-Seltzer; Ashaneish a quien llamaron Cabeza; Castorila a quien llamaron Cosita Rica o a Anuwachón entre otros cientos de casos, a quien le impusieron el nombre de Jhon F. Kennedy.
Este momento político es preciso para exigir a las instituciones competentes que en un pasado, en nombre del Estado contribuyeron desde su omisión a que se cometieran estos atropellos, que reparen el error. Ahora cuando las cédulas comienzan a tomar valor, los políticos y el Estado, deberían ayudar a los wayüü a recuperar el derecho a tener un buen nombre, que les haga sentir orgullo de la misión que les indica el ser llamados de la manera como sus ancestros le escogieron su nombre y no como desde la arbitrariedad le impusieron ese estigma que los hace sentirse burlados por no saber leer ni escribir, como si eso diera potestad a otros para ridiculizarlos con un nombre indigno y una fecha de nacimiento que no es la que les corresponde,pero que la volvieron norma porque se creen con el derecho a tratar a los indígenas equivocadamente como gente inferior, porque no dominan una lengua y una escritura que nunca han necesitado para sentirse libres y auténticos en la forma de llamar a cosas y personas por su propionombre.
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