Las fiestas de los velorios se volvieron tan usuales y cotidianas que ya no me atrevo a preguntar qué pasa en mi entorno. Antes, los entusiasmos vividos a través de parrandas, jolgorios, días intensos de farras y aventuras que hacían de la vida una mezcla permanente de bálsamos de miel con actos sanamente irresponsables, propios de los años mozos y del ambiente en que el cuerpo resiste de todo y, a los sentimientos de tristezas propios de las tragedias de la vida entre ellas la muerte, no le dábamos la importancia debida, pues la alegría juvenil como siempre, obnubila los verdaderos sentimientos que del espíritu afloran por el alma para que no aparezcan oportunamente.
Siempre trato de no dejar entrar al viejo a mi casa, pero hoy no pude controlar mis sentimientos cuando a mi puerta se presentó aquella triste figura, solo para comentarme la muerte de otro mas de mis buenos amigos, que hizo filas en mis años de primavera y de mi otoño, otro que se convirtió en un fiel baluarte de mis secretos e historias, quien como buen y verdadero ser de la naturaleza del hombre simple, nunca estuvo detrás de sus intereses sino detrás de mis condiciones humanas como amigo.
Hoy sigo pensando como los buenos alquimistas cuando esgrimen el principio, que “lo único mal repartido que existe en vida es la suerte”, por ello muchos dejan la vida antes de tiempo y aún con tiempo para seguir prestando innumerables servicios sociales y políticos que indiferentemente hacen las personas de gran sensibilidad social y humanísticas.
No pude resistir la entrada del viejo, como tampoco que algunas leves, pero profundas y silenciosas lágrimas saltaran de mis ojos, últimamente estos con señas de aflicción como símbolos congénitos de nostalgias producidas por el dolor frecuente, que causan las noticias de muerte de seres queridos y apreciados por siempre; han sido tantos últimamente que ya no quiero ni siquiera comentarlos para no caer en las trampas cautivadoras de los recuerdos y tener que llorar en silencio para no revelar mi debilidad como hombre, ante el llanto y ante la vida.
Hoy me toca hacerlo por este amigo, no por compromiso de amistad o familiar ya que los buenos amigos hacen parte de la gran familia, sino por sentimientos concebidos a través del calor humano vivido con él, mezcla de sinceridad, humildad, modestia y profundo afecto fraternal que en muchos campos como el político, social y en especial de confrontaciones simples en busca de la hermandad, nos acompañaron bajo el amparo del silencio y del respeto mutuo.
Decía el gran Pablo Neruda que nosotros los de entonces ya no somos los mismos, y yo creo que si, lo que pasa es que usamos con mucha frecuencia el silencio para hablar con nosotros mismos, pero hoy, que se me presentó el viejo que hay en mi y que ya me quiere atrapar, no puedo dejar de expresarte mi último adiós, porque sé que te vas más allá de la luz del sol, donde lo etéreo sigue siendo la imagen de Dios y de los hombres que practicaron el bien sobre la tierra, donde el capital y la riqueza lo componen aquello que sabiamente llamamos la felicidad del espíritu.
Adiós mi amigo, tu qué te interesaste en servir bien a tu entorno, bajo las emociones mal interpretadas por recelos gratuitos de enemigos con espadas y guadañas que trae el poder político y económico, allí y ahora, al lado de la casa de Dios en el barrio de los ángeles y serafines te darás cuenta que todo vale nada y el resto mucho menos, como diría Leon de Greiff, y que solo el amor y el afecto es el pan de cada día.
Adiós mi amigo Lucas, en cualquier momento en que haya cumplido con muchos de mis planes tomaré un descanso para hacerte una visita con carácter permanente, para repetirte que siempre gozaste de mi aprecio sincero. Tus triunfos no se irán a la nada mientras existan tu familia y tus amigos para revivirlos. !Adiós, adiós, …..adiós para siempre adiós!