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Los tiempos de creación de Radio Guatapurí

Andrés Salcedo compuso los versos " Valledupar, edénico lugar, que brilla bajo el cielo de la tierra mía. El corazón no puede soportar el profundo pesar que da tu lejanía" de su emblemático paseo, que orquestado se convirtió en el "gran porro vallenato". Andrés Salcedo/ Cortesía EL PILÓN

"En 1962, un grupo de jóvenes locutores barranquilleros fuimos contratados para trabajar en Radio Guatapurí, la  mítica emisora vallenata, que acababa de fundarse.

"El Valle", que aún pertenecía al departamento del Magdalena, no pasaba de los cincuenta mil habitantes pero era un pueblo en ebullición, como esos que salían en las películas del oeste, que atraían a gentes de ley y aventureros y donde, como le oí decir a Kirk Douglas en un western, no había una sola casa de tres pisos desde donde alguien, cansado de la vida, pudiera arrojarse al vacío.

Valledupar era un lugar recoleto y caluroso, rodeado de dehesas y algodonales, que se desperezaba del otro lado de la Sierra Nevada. Todavía no era el gran emporio del vallenato que llegó a ser, porque esa "música para gente baja", como decían las jovencitas de dedo parado que festejaban su puesta de largo en el Club Valledupar, no era de buen recibo.

Allí se bailaban porros con la orquesta de planta, que dirigía el villanuevero Reyes Torres y, por carnavales, con la del cordobés Antolín Lenes, cuya gran atracción era su cantante ciega Lucy González.

El único escenario que tenían los músicos vallenatos para mostrarse y competir era el bar La Bolsa, donde había días en que llegaban a rivalizar hasta 15 acordeoneros, cada uno rodeado por su propia barra y no era raro que todos tocaran al mismo tiempo.

Pero Valledupar crecía, jalonado por la fuerte y laboriosa migración santandereana y cada vez más colombianos de otras regiones llegaban en busca de trabajo o huyendo de la violencia y encontraban allí un lugar de gente cordial y hospitalaria que sabe brindar amistad sin esperar nada a cambio. Yo vi llegar familias enteras con sus niños de brazos, sus cajas de cartón, sus sartenes y palanganas.

Llegaban en los buses de La Veloz y Cosita Linda, que pitaban tres veces al enfilar la calle 13, envueltos en el polvo de los caminos y perseguidos por los vendedores de almojábanas. Junto a la estación de buses esperaban los taxistas, dormitando en sus jeeps Willys.
Valledupar era como una gran familia.

Que yo recuerde, había un solo marihuanero conocido, el pintoresco Cabirol, y el único gay tolerado era Víctor Cohen, tan buen bailarín como temido trompeador, por lo que nadie era capaz de gastarle bromas sobre sus inclinaciones sexuales. Para ser tan pequeña, a Valledupar no le faltaban las diversiones.

Tres cines, una gallera, dos burdeles. Uno de estos había santificado el nombre de su propietaria y madama: se llamaba Cielo de Luz. Y podía beberse Old Parr de contrabando, para lo cual había que internarse, en la alta noche, en el oscuro callejón donde Pedro Rizo tenía su negocio clandestino y dar en su ventana los tres golpes rituales.

En Radio Guatapurí comenzó Consuelo Araújo su carrera periodística y por sus ondas se escucharon por primera vez los sones de Gustavo Gutiérrez, un muchacho taciturno que tocaba el piano acordeón y componía hermosas canciones sentimentales. En ese Valledupar que empezaba a acostumbrarse a escuchar vallenatos por la radio, todavía estaban vivos todos los personajes de los cantos de Rafael Escalona.

Y estaba, por supuesto, el propio Escalona, que recorría el pueblo en su camioneta ('María la bandida', la había bautizado), con dos pistolones colgados del cinto, que, según decía, se los había regalado el presidente Guillermo León Valencia.
Extracto de la crónica con ocasión de la muerte de Escalona, "El juglar en sus dominios". Revista Cambio.

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