“Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo”. San Mateo 25,24-25.
El pasaje que nos ocupa hoy es la Parábola de los Talentos. Se compara el Reino de los Cielos con un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. Cinco, dos y uno respectivamente. Al cabo de un tiempo, vuelve y les exige cuentas. El primero y el segundo, habían negociado y multiplicado sus cinco y dos talentos; pero el tercero, solo devolvió el talento recibido.
Los talentos, además de ser factores monetarios de la época, también podrían ser asimilados como las capacidades, habilidades y dones que Dios nos encarga para el buen desarrollo de su Reino y el disfrute de nuestra realización personal; con la convicción de que un día tendremos que rendir cuentas de nuestra gestión.
En la confesión del tercer siervo, encontramos una de las razones por las cuales nuestras vidas se marchitan y no prosperamos. El amo no negó que él fuera un hombre inflexible y duro que segaba donde no sembraba y recogía donde no esparcía; pero estas características, lejos de inspirar al siervo y hacerlo más esforzado, le infundieron miedo. ¡Fue su visión del amo lo que lo llevó al fracaso!
El miedo es un sentimiento hostil, es esa perturbación angustiosa del ánimo frente a un riesgo o daño real o imaginario. Es esa aprensión que tenemos de que nos suceda algo contrario a lo que deseamos. El miedo nos paraliza y anula nuestras facultades de decisión y raciocinio y nos hace cometer errores. Es esa reacción emocional de desprotección y angustia frente a las circunstancias de la vida, especialmente de cara a aquellas que pensamos que nos desbordan y son más grandes que nuestros recursos. Cuando el temor se apodera de nuestros corazones, las cosas a nuestro alrededor dejan de tener su correcta perspectiva y parecen obstáculos insalvables. El miedo hace que creamos que cualquier cosa que iniciemos terminará en fracaso y acabamos por no intentar nada.
Este tercer siervo, estaba convencido de que su amo era un hombre duro, tenía más miedo del castigo y las consecuencias negativas, que de la posibilidad de fracasar en su intento de hacer una buena inversión.
Amados amigos, lo único que puede motivarnos a tener una vida de éxito y realización es la seguridad de que somos amados por nuestro Padre Celestial. Cuando nos movemos en su amor incondicional podemos asumir los riesgos de inversiones que podrían fracasar, porque sabemos que no estamos progresando por la calidad de nuestros logros, sino por los méritos de Él.
Jesús mismo pudo ser exitoso en su ministerio y soportó los cuestionamientos, dificultades y traiciones, porque había escuchado un día la voz del Padre, diciéndole: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. ¡Cómo no sentirse confiado y libre para avanzar por el camino de la Redención a la humanidad, con semejante confirmación!
Amigos, avancemos confiadamente en los proyectos que tenemos por delante, porque sabemos que su amor nos guiará y sostendrá en los emprendimientos. No tengamos miedo del futuro, las mejores cosas de nuestra vida, aún están por venir. ¡Adelante!
“Porque de tal manera amó Dios al mundo…”. Te deseo muchos éxitos en la inversión de tu vida para los negocios del Reino.
Abrazos y muchas bendiciones…