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Los supervivientes de Mocoa peinan los ríos en busca de sus muertos

Foto presidencia.

Las aguas del río Mocoa y sus afluentes que provocaron la avalancha del pasado viernes comienzan a volver a su cauce, momento que supervivientes y equipos de rescate aprovechan para buscar en las riberas a los desaparecidos con la esperanza de poder sepultarlos y el sueño remoto de verlos vivos.

La búsqueda se extiende a lo largo de la ribera y llega hasta el punto conocido como Salto del Indio, que forma parte del municipio de Villagarzón, donde este domingo encontraron 25 de los 262 muertos en la catástrofe en esa zona del sur de Colombia.

Allí trabajan a destajo 17 bomberos voluntarios llegados desde el municipio de Pitalito, en el vecino departamento del Huila, a cuyo frente está el sargento John Vergara.

Son hombres y mujeres que trabajan de sol a sol sin recibir sueldo y que han llevado sus propios alimentos y agua para, según afirman, no ser una carga adicional para los vecinos.

En este punto la riada hizo que el río Mocoa, en el que confluyen el Sangoyaco y el Mulatos, se saliera un kilómetro por ambos lados de su cauce.

Los rastros del desastre se perciben en forma de restos de electrodomésticos, mochilas o patas de muebles que las aguas llevaron a su paso mientras devastaban varios barrios de Mocoa.

“La tragedia la ocasionaron dos accidentes hídricos que desembocan en el Mocoa, de tal forma que, después de las fuertes lluvias en la noche de la tragedia, el río alcanzó niveles bastante grandes, por lo que aquí (en el Salto del Indio) el agua llegó a la altura de mi pecho”, comenta el sargento Vergara.

El momento es crítico ya que el alud se produjo en la madrugada del sábado, hace casi 72 horas. Es, pasado ese tiempo, cuando los cuerpos empiezan a flotar debido a la descomposición.

“En ese orden peinamos la región ribereña todo el tiempo tratando de encontrar los cuerpos”, comenta.

Junto a Vergara trabajan en la operación, denominada “Escudo de Roble”, 400 socorristas distribuidos entre Mocoa y su vecino Villagarzón, a los que se suman familiares, vecinos y campesinos a quienes Vergara pide prudencia y coordinación.

Uno de los que buscan a sus seres queridos es Wilmer Losa, que vive en la aldea de Santa Ana pero cuyos padres residían en Mocoa.

Busca a su madre que desapareció el sábado, aunque su padre pudo escapar y se encuentra refugiado en casa de su abuela.

Ellos vivían en el barrio de San Miguel, que quedó devastado, y ahora espera sobre uno de los puentes que conducen a Salto del Indio, otea a la espera de encontrar el cuerpo de su madre junto a un miembro de los equipos de socorro cuya labor es vigilar si el río vuelve a crecer.

Si lo hace, debe avisar al sargento Vergara y a sus hombres que, aguas abajo, se han encaramado hasta las acumulaciones de troncos en centro del río en busca de cuerpos o posibles sobrevivientes.

Preguntado por Efe acerca de si tiene esperanza, Losa responde lacónico: “Esto es muy duro” y repite el nombre de su madre, María Marlenia Acosta, por si alguien le puede ayudar.

“No aparece ni en listas de heridos ni en morgues”, dice entre lágrimas y eludiendo las cámaras.

La luz de esa esperanza que Losa no encuentra se ilumina a veces, como sucedió en la aldea de San José del Pepino, la última del término municipal de Mocoa, donde Efe pudo constatar cómo los equipos de rescate recuperaron un cuerpo atrapado en un angosto cañón.

Quien lo encontró fue Mario Fernando Melo, un campesino de la zona que se unió a los familiares y mocoanos que recorren las riberas, arriesgándose a que una nueva crecida se cobre sus vidas.

“Geográficamente, el río aquí forma un cañón, hay muchas piedras grandes que hacen que troncos, raíces y personas se queden incrustados en las piedras”, comenta.

Por ello piden un barrido en la zona y asegura que se empiezan a acumular los animales carroñeros y las moscas en diferentes puntos, lo que supone que ya han encontrado cadáveres.

El cuerpo fue recuperado por los equipos de la Cruz Roja y del Ejército que extreman las medidas de seguridad ante la posibilidad de que el agua haya debilitado las lomas y haya deslizamientos.

Finalmente consiguen subir el cadáver, ya cubierto con una lona verde, hasta un camión militar y se distribuyen sus características: Es un varón de entre 20 y 30 años con un tatuaje de una araña en la pierna.

La esperanza, una palabra que estos días elude la región, es que algún familiar o amigo lo reconozca.

El camión traslada el cuerpo tatuado hasta Mocoa donde ya comienzan a entregar los cadáveres a los parientes que los velan y entierran.

En Mocoa, las campanas de la iglesia de San Miguel Arcángel doblan a muerto.

EFE

Categories: Crónica
Periodista: