Los buenos ejemplos deben imitarse. Ha recorrido el mundo la noticia que da cuenta del proceso de descontaminación del río Sena, de la ciudad de París, Francia; un proyecto ambicioso que alcanza una inversión cercana a los 1.500 millones de dólares y que busca rehabilitar ese caudal para los Juegos Olímpicos 2024.
Lo que más impactó fue la imagen de la alcaldesa socialista de París Anne Hidalgo, bañándose en el río Sena, como una demostración contundente de que ese afluente ya no representa peligro para la salud de sus bañistas tras varios siglos de haber permanecido en estado de contaminación, por lo que estaba prohibido hacer contacto con sus aguas.
Qué bueno sería que eso mismo se pusiera en práctica en Colombia donde tenemos muchos afluentes muriendo lentamente en avanzado estado de contaminación, siendo el caso más conocido el del río Bogotá, en la capital de nuestro país. Han prometido salvarlo, junto al compromiso del proyecto de tratamiento Canoas para no vertir aguas finales a ese otro río, el más importante para el país, el río Magdalena. Pero igual, acá cerca tenemos al río Cesar y en Barranquilla al Caño de la Auyama.
Nuestro río Cesar, en su zona norte contigua a Valledupar, allí en el puente Salguero, ha sufrido los impactos negativos que generan las aguas contaminadas que emanan de la laguna de oxidación y que desembocan en su caudal. Eso extinguió la pesca, el viejo disfrute de nadar en ese natural puerto se acabó también con los olores que le dan el nombre de flatulencia y afectó a la agricultura aguas abajo, hasta la ciénaga de la Zapatosa. Ya están listos los diseños finales de la nueva planta de tratamiento, PTAR, ‘La Chimila’, requiriéndose una fuerte inversión.
El Caño de la Auyama, un brazo del río Magdalena, en La Arenosa, también es de lamentar al recibir cientos de toneladas de basuras al mes debido a su cercanía con el mercado público.
Lo que está ocurriendo con el Sena, en París, es la principal demostración de que los ríos si se pueden recuperar. Los costos económicos podrían ser significativos pero los beneficios ambientales y sociales son invaluables.
Es claro que los daños a nuestros ríos son severos, pero se está a tiempo de salvarlos, teniendo un diagnóstico acertado, jerarquizando las acciones de mayor impacto y cumpliendo las leyes ambientales, por convicción no por órdenes de los jueces. Urge poner la ciencia y la tecnología al servicio de la seguridad hídrica, reforestar las cuencas y toda clase de humedales, involucrar a todas las entidades y a la población en programas de educación ambiental. Es esencial la prioritaria participación comunitaria, la cooperación internacional; entre otros principales aspectos.
En síntesis, acojamos el buen ejemplo que se ha desarrollado -al igual en otras regiones del orbe, incluso de países con menor nivel de desarrollo que los europeos-, y hagamos un gran esfuerzo para salvar nuestros ríos.
Bendito será el día en que logremos mostrar resultados que permitan mejorar la calidad del agua y seamos capaces de transformar esos ríos contaminados en espacios recreativos seguros y atractivos para residentes y turistas.
Solo ese día habremos cumplido con el compromiso de preservar y cuidar el medio ambiente, además de contribuir con los procesos encaminados a una buena salud pública y a la redención del anhelado bienestar humano.