Esa frase se me ocurrió, cuando veía la dolorosa transmisión de la tragedia de Mocoa y sentí la misma sensación de impotencia como lo de Armero, porque con los embates de la naturaleza solo se puede tratar de sofocar la angustia y reprimir las lágrimas.
Es una tragedia que se presentó en el peor momento, aunque no hay un buen momento para las tragedias. Se volvieron locos los ríos, se contagiaron de un país demente en el que cada día hay un suceso, que si bien no asombra, porque se nos agotó la capacidad para asombrarnos, por lo menos llama la atención.
Y se volvieron locos los ríos, porque el virus del desafuero que vive el país, los contagió. Un país, mi país, al que llevo en el alma, nació, creció y sigue, demente; basten unos ejemplos: un miembro del Centro Democrático le echa la culpa de la tragedia de Mocoa a las Farc; como si ese grupo que ha hecho de todo, pueda con un chasquido de dedos darle órdenes a tres afluentes, que al parecer eran serenos, para que arrasaran a toda una población; ya hubieran querido ellos poderlo hacer en sus tiempos de altísima violencia, no habrían gastado tantas balas ni explosivos.
Y se volvieron locos los ríos como la loca marcha en la que la mayoría de corruptos caminaron, abrazados con Popeye y otros iguales a él, con la diferencia de que no han pagado sus delitos, en protesta por la corrupción; locos como los que sueñan con la rebaja de la pena al sicópata Rafael Uribe Noguera; como la condena de mansión por cárcel a los cabecillas del desfalco de Interbolsa.
Y se volvieron locos los ríos y las montañas y los mares que se baten contra nuestras costas y las lluvias extemporáneas, contagiadas por siglos de desafueros de una nación que no ha sentado cabeza ni ha tomado conciencia de su potencial para cada día ser mejor y estar en los primeros puestos de los países por lo menos medio cuerdos del mundo. Cuando digo potencial solo pienso en sus riquezas naturales, porque el potencial humano es pobre para lograr la grandeza que se merece Colombia.
Y se volvieron locos los ríos y como la violencia demencial, sufrida por tantos años, no tuvieron que ver con quitar la vida a niños y adultos y convertirles el fin de la existencia en un barrizal.
Cuando esto escribo se han contado más de doscientos muertos, muchos desparecidos y heridos, es por eso, que en medio de la demencia que sufre el país, se debe olvidar de Uribe y sus seguidores; de Roy Barrera y sus poemas; de Benedetti y sus triquiñuelas, de Ordóñez y sus camándulas y más, muchos más, y centrar la atención en cómo ayudar a un pueblo que ha probado el barro de la muerte y los sobrevivientes desprotegidos, indigentes. No solo oraciones por las víctimas, ahora, junto con los rezos, lo importante es la ayuda, ayuda material.
Y así, mientras el país siga dando vueltas demenciales, los ríos se volverán cada vez más locos y atravesaremos la línea de no regreso.
NOTICA: Que triste la partida de Josefa Orozco Ovalle, prima de mi madre; fue una mujer querida por todos, correcta y con un sentido del humor envidiable. Inolvidable Fefa. Sentido pésame a sus hijos y familiares.
Por Mary Daza Orozco