Un buen ejemplo, es Nicolás Maduro.
Respecto del gobierno de los pueblos en los tiempos actuales -aunque el tema es de todas las épocas – y, para los propósitos de esta columna, referidos particularmente a la región suramericana y a las Antillas, y por qué no a las subregiones, podemos distinguir dos tipos de propuestas para los electores.
El enarbolado por la democracia representativa tradicional, cuyas posibilidades de alternabilidad en el poder son de su esencia, y el gritado por los populistas, que aparentemente deviene de los mismos canales democráticos, pero cuya verdadera inspiración y finalidad es la de perpetuarse en el poder a través de una sola persona o de una camarilla, obsecuentes con una ideología política.
De una o de otra manera, este estilo hace de un gobernante, personal o grupal, un rey de hecho. Un rey no de burlas, sino un rey dotado de una fuerza brutal.
Como se observa, son dos maneras distintas de gobernar. Los psicólogos y los sociólogos ya han penetrado en el por qué muchos electores llegan a inclinarse por la segunda de las dos propuestas de gobierno: en general, por la decepción respecto de la eficiencia de la democracia en algunos casos puntuales –en cambio, pocas personas tienen dudas acerca de la ejemplarizante democracia norteamericana y de varios países europeos; aunque en la vida nada es perfecto—.
Y, entonces, han optado, y, probablemente así será por algún tiempo, por la segunda propuesta, la del revolucionismo, y últimamente, por el populismo.
Pero han fracasado en el sector público: los órganos del estado han dejado de cumplir las funciones de un buen gobierno, pues en él se forman conciliábulos y se establecen privilegios, para unos pocos; la justicia, se pervierte; la economía, queda al garete; la lucha de clases, se intensifica, como una arma letal que, de contera, sostiene el sistema; en una palabra, los países se destruyen.
Y en el sector privado: el valor de la libertad, lo más precioso del hombre, se esfuma completamente. Esto es así de nefando en todas las sociedades, en todos los ambientes, en todos los tiempos, no obstante las advertencias que reiteradamente los hombres demócratas y las experiencias vividas, hacen a los pueblos, diciéndoles: no elijan un rey populista para que los gobierne, pues bien pronto se convertirá en un rey de hecho, pues este rey no gobernará sino que reinará.
Un ejemplo bíblico, el de Samuel, a quién el pueblo de Israel le pidió que interviniera ante Dios a fin de conseguir el nombramiento de un rey. Samuel, les respondió: “Vean cómo los tratará el rey que reine sobre ustedes: tomará a sus hijos… y los obligará a labrar y cosechar sus tierras; a otros los hará fabricar armas para la guerra y aparejos para sus carros. Tomará también a las hijas de ustedes como perfumistas, cocineras y reposteras. Les quitará a ustedes sus mejores campos, viñas y olivares, y se los dará a sus ministros. Exigirá el diezmo de lo que produzcan los sembrados y viñas de ustedes y se lo dará a sus ministros y a sus criados. Tomará a los criados y criadas de ustedes, sus mejores bueyes y asnos y los empleará en los trabajos de él. Les exigirá el diezmo de sus rebaños y ustedes mismos se convertirán en sus esclavos.
Nota reflexiva: el aborto es una deconstrucción ontológica. La violencia abortiva es un anti ser.