La flor que se compra en la esquina tiene todo un trasfondo desde su cultivo y florecimiento hasta su comercialización, y en la mitad de este proceso se encuentran los residuos de los tallos y pétalos que se botan o no se utilizan, pero que tienen potencial como materia prima para la elaboración de un fertilizante con residuos orgánicos (compost), que, al aplicarse en el suelo donde se cultivan girasoles, mejora los niveles de absorción del agua y los nutrientes.
Según la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores, la floricultura genera cerca de 140.000 empleos directos e indirectos, distribuidos especialmente en Cundinamarca y Antioquia. Además, siendo un país tan rico en diversidad de flores (cerca de 1.600 variedades), es el segundo exportador mundial –estas llegan a 89 países– y el principal de claveles.
En Cundinamarca el girasol es protagonista de la floricultura de la región, donde tiene una gran proyección económica; por eso, investigadores de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) se dieron a la tarea de buscar la forma de que los suelos ofrecieran el mejor rendimiento posible y encontraron una alternativa viable y útil en los residuos de esta industria.
“En El Agrado, finca productora de flores de Tabio, recogimos una gran cantidad de tallos, flores y raíces que quedan de la producción de claveles (Dianthus spp.) y de girasol (Helianthus annuus), para elaborar un compost y aplicarlo sobre el suelo del próximo cultivo de girasol”, asegura Eliana Carolina Cruz Muñoz, ingeniera agrónoma integrante del proyecto.
Señala además que la aplicación de este abono se dio en distintas dosis para evaluar cuál era la mejor, y también se dejó una parte del suelo sin tratado con el abono para comparar los efectos de integrar estos fertilizantes.
“El compost se produce por la acción de bacterias (termófilas) y hongos que se alimentan de los residuos –organizados en grandes pilas–, y sus heces son el abono para los suelos”, explica.
Al cabo de 3 ciclos de 11 semanas, periodo natural del cultivo de girasol, se evidenció que la densidad aparente disminuyó, es decir que los suelos tenían mayor capacidad de absorción del abono y sus beneficios; la porosidad aumentó, lo que significa un mejor movimiento y retención del agua y los nutrientes en el suelo, además de su integración con las raíces.
“Algo muy importante es que hubo un mayor intercambio catiónico, o sea que las raíces de las plantas interactúan mejor con el suelo y los nutrientes que hay allí, por lo que tienen el sostén necesario para crecer de la mejor manera, lo que también se traduce en un pH o nivel de acidez balanceado y en que en el suelo haya microorganismos, como bacterias fijadoras de nitrógeno y fosfato que ayudan al buen funcionamiento de la planta”, indica.
La concentración ideal de compost fue de 160 kg por hectárea, que se aplicó en cada uno de los ciclos y competía con otras partes de suelo, en donde se ponían 80 kg o 120 kg sin resultados, pero las otras concentraciones no tuvieron los mismos resultados positivos; según la investigadora, parece ser que esta es la medida suficiente, ya que más de 160 kg sería logísticamente una cifra exagerada para los suelos.
“En el experimento también se midió si el mejor compost era el producido por los residuos de clavel, girasol, o su combinación, y lo que pudimos observar es que cuando se utilizan las dos flores el abono tiene las mejores propiedades, lo cual también lleva a pensar en qué otras se podrían añadir para tener un mejor rendimiento, ya que en el país hay una variedad impresionante y los residuos no siempre se reutilizan”, señala la investigadora.
El uso mixto permite una mejor rentabilidad para generar el compost, ya que, como son tantos residuos, en ocasiones es difícil separarlos, por lo que hay que trabajar con lo que se puede identificar y caracterizar de cada planta.
Por Universidad Nacional