En la búsqueda del alma vallenata que existe en Consuelo Inés (Valledupar 01-08-40-La Mina 29-09-2001), la hija de Santander Araújo y Blanca Noguera, nos permite encontrar cómo la misma logró construir su propia historia y ayudó a socializar la de muchos, postura que le permitió convertirse en la madre de un naciente concurso vallenato, tarea que no es menor frente a la visión que tuvo Alfonso Antonio Lázaro (Bogotá 30-06-1913-Bogotá 11-07 2007), el hijo de Alfonso López Pumarejo y María Michelsen Lombana, quien es el padre ‘cachaco de esta odisea cultural, quien vio la recreación de la fiesta religiosa en torno a la virgen del Rosario y percibió que a ella le faltaba algo y era nada menos que el sonido de un acordeón, el mismo que él llevaba impregnado por la naturaleza de la sangre que corría por sus venas y que no pudo ser ajeno al recuerdo entrañable que le producía evocar a su abuela paterna Rosario Pumarejo Cotes y su abuela materna Antonia Lombana Barreneche, valduparense la primera y samaria la segunda.
Lo mismo Rafael Calixto, el genio patillalero (Patillal 27-05-1926 Bogotá 13-05-2009), el hijo de Margarita ‘Aló’ Martínez Celedón y Clemente Escalona Labarcés, especie de tío acolitador de un imposible como lo llegaron a predecir los agoreros de turno, al referirse a esa bulla vallenata, cuya construcción no era una tarea fácil, porque ellos a lo largo de su permanencia en la tierra se dedicaron a presentar acciones en donde siempre estuvo presente la magia del vallenato.
No está demás rescatar que alrededor de esas figuras hay tantas personas antes y después de ellos, que contribuyeron de manera gigante para que este hecho cultural se pueda celebrar como debe ser. Todo eso sirvió para que la quijotada de López, Araújo y Escalona se hiciera realidad, que sin quitarle protagonismo a los mismos es bueno decir que los insultos poéticos del pintor Jaime Molina Maestre, la bulla lobista de Andrés Becerra Morón, la eterna parranda de los hermanos Pavajeau Molina, la terquedad musical de un ‘Colacho’, Rodolfo Castilla y Adán Montero.
La diligente social Miriam Pupo de Lacouture, la pernicia de ‘Chipuco’, los desplante de los locos cuerdos que circulaban la plaza, las ganas de Gustavo Gutiérrez Cabello de ser escuchado con sus nacientes canciones, al tiempo que no faltaba el de dedito parado dedicado a escuchar música clásica, que no creía en ese “embeleco” como lo llamó el pintor y que le cerró la puerta en el club de la sociedad valduparense a una música que luego sería el sostén de la economía de la región.
Por decisión de Alfonso López Michelsen, Consuelo Araújo Noguera y Rafael Escalona Martínez se hizo el evento cultural que determinó con el pasar del tiempo que Valledupar es el Vaticano del vallenato, a través de la realización del primer Festival de la Leyenda Vallenata en 1968, en donde los acordeoneros dispersos en toda la provincia y fuera de ella se dieron cita para mostrar sus estilos, reunidos en esas canciones que moldearon el edificio musical que hoy sirve de ejemplo en toda la Nación.
A lo largo de esos años y aún después de sus partidas físicas ellos siguen vivos y se habla de su gesta cultural como el primer día. Sus almas vallenatas siguen recorriendo los lugares al que jamás se pensó llegar. Ellos pudieron oler en el ambiente el perfume de los nacientes cantos o de aquellos que permanecieron refundidos entre las montañas y sabanas del extenso Valle de Upar, al que después de cincuenta años, se llega por una autopista con esencia, sabor y olor musical.
Atrás quedaron los caminos destapados, en donde el olvido prevalecía, menos en las mentes de nuestros campesinos, cuyas grabadoras ambulantes se llenaban de música natural, para contrarrestar la soledad, inequidad y ausencia del estado.
HICIERON EL CAMINO
Estos tres personajes de la vallenatía se dieron a la tarea de hacer que lo imposible tuviera eco en la Patria. Que toda esa música dispersa se encontrara en la capital mundial del vallenato, como la bautizó Héctor Velásquez Laos, un escritor, locutor y actor que llegó por estas tierras, quien contribuyó como muchos para hacer de ella un punto estratégico que sirviera al mismo tiempo de un reordenamiento musical que necesitaba una subregión olvidada como la nuestra, al que la salvó el sonido de sus acordeones y el canto de las canciones provincianas.
Mantener vivo y de pie un evento cultural como es el Festival de la Leyenda Vallenata debe servir de ejemplo a la Nación. Esa tenacidad de tantas personas al frente del mismo, en donde todas trabajan para lograr ese monumento musical, merece que sus nombres sean exaltados, sin olvidar que un evento sin que concurran participantes, jurados, organizadores, contradictores, no es un concurso que llegue a ninguna parte.
Esa mayoría de edad debe ser la cédula real que debemos defender en nuestra cultura vallenata, en la que sin lugar a dudas Valledupar se fortalece. El vallenato se enaltece en la creación de sus autores y compositores de la mano de sus acordeoneros, en el canto de sus más insignes y nuevos cantores, que por tradición defienden el paseo, el son, el merengue y la puya con el acordeón, un invasor que no nos ha hecho daño, acompañado de caja y guacharaca, para hacer la fiesta musical más reconocida en la Nación. Hoy tenemos un Festival que se debe cuidar, ante todo, sus concursos.
A Consuelo Araújo Noguera, Alfonso López Michelsen y Rafael Escalona Martínez, un eterno agradecimiento y este ramillete de decires, nacidos de ellos y para ellos.
FRASES Y SUS AUTORES
“Yo me puedo morir mañana y la Polla Monsalvo también, pero ya el Festival camina solito”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“Le dije pasito al oído de mi comadre Consuelo que le diera vida al Festival, a Rafico que buscara los acordeones perdidos en las montañas para unirla con la fiesta de la virgen del Rosario, para que ese encuentro tuviera más fuerza”, Alfonso López Michelsen.
“Mi comadre es la única mujer a la que le tengo miedo, pero ninguna me ha querido más que ella”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“Presidente no le puedo aceptar ese ministerio, porque yo no soy bachiller”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“La Cacica hizo de su hogar un ejemplo de hospitalidad sin límites, hasta donde llegaban sin conocerla los forasteros”, Alfonso López Michelsen.
“La música mía, al igual que la de los juglares que me enseñaron el camino, se regó de boca en boca como el bostezo y cubrió a toda la provincia con tanta fuerza, que Colombia es vallenata”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“Propongo un campo de trigo, repleto de espigas nuevas, donde todos tendremos una era para nuestra propia cosecha”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“La Leyenda Vallenata sigue perfumando con su aroma colombianísimo todo ese rincón de la Patria, nimbado de una inmensa simpatía”, Alfonso López Michelsen.
“Cuando se le canta a un amigo, el sentimiento es la sangre de la canción”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“Allá muy lejos, en las montañas, fui prisionera de la maldad, busqué en el cielo de tu mirada la luz bendita de libertad”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“Veinticinco años de Festival es como un abrir y cerrar los ojos”, Alfonso López Michelsen.
“Oye pedazo de pájara, no te vuelvo a llamar, ni pendejo que fuera para hablar con una máquina”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“El mejor homenaje que puedo recibir el día que yo muera es que no callen los acordeones y que el Festival de la Leyenda Vallenata siga siendo la mayor carta de presentación de mi amado Valledupar”, Consuelo Inés Araujo Noguera.
“¿Y quién podría omitir las joyas musicales de Rafael Escalona Martínez, talladas en versos de fácil composición, que transmiten como ninguno el sentimiento de un pueblo?”, Alfonso López Michelsen.
“Tengo el corazón arrugado como un acordeón”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“Nuestra música traerá al país gran cantidad de divisas, cuando se haya logrado su internacionalización”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“A esta recreación de la Virgen del Rosario le falta el sonido de un acordeón”, Alfonso López Michelsen.
“Mientras haya Vallenato para qué periódicos”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“Pícara, pícara, ratera, pa’ eso te pusiste a hacé’ este Festival, pa’ roba‘te la plata que me mandó el gobernador del Magdalena”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“El Festival Vallenato es la cita obligada para que los acordeones se enfrenten en santa paz y logren lo que muchas veces no pueden hacer los hombres”, Alfonso López Michelsen.
“El hombre de una circunstancia no es el hombre de todas las circunstancias”, Rafael Calixto Escalona Martínez.
“Marín es una explosión de talento, alegría e inteligencia”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“Consuelo, la inolvidable Consuelo, la de la carta vallenata, la defensora a ultranza del vallenato, que va a pasos agigantados a encontrarse con otras músicas, en las que saldrá airoso, porque sus aires condensan música y letra que recogen el alma de una tierra musical”, Alfonso López Michelsen.
“El sonido de los acordeones nos llevaba de la mano para entrar a los salones de la gente más encumbrada, en donde los cantos con sus historias terminaban atrayendo al más desconocido de los presente. Así es el vallenato, así son los cantos de verdad”, Rafael Escalona Martínez.
“Siéntate a escribir ¡carajo!, pero de inmediato y deja ya de seguir hablando pendejadas por la radio. Dedícate a escribir que Dios castiga a esos desperdicios”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“De los cantos vallenatos que me llegan al alma está ‘La Espina’, una expresión adolorida de Gustavo Gutiérrez que me huele a García Lorca y es la muestra más profunda del desamor que he escuchado en toda la provincia”, Alfonso López Michelsen.
“Las penas del corazón se curan con otro amor”, Rafael Escalona Martínez.
“Félix Carrillo es el mejor alumno que tengo”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“El negro Alejo reparte entre su acordeón y su voz toda la cosmogonía popular del vallenato”, Alfonso López Michelsen.
“Rafico a esto le falta el sonido de los acordeones. Gran jefe, ya salgo a buscarlos. Así se hizo el Festival. Valledupar no tenía acordeoneros”, Rafael Escalona Martínez.
“Y en el Valle se sentía olor a tierra mojada que en el alma se metía”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
“Cuando los ritmos propios de la música vallenata llegan a los sitios más recónditos de la Nación mueven su fibra de tal manera que los comentarios sobre sus paseos, sones, merengues y puyas terminan pareciéndose a la Nación”, Alfonso López Michelsen.
“Me molesta que haya tanto canto insípido, que quieren hacer parecer como vallenato. La esencia del verdadero no necesita que se diga, él lo trae en la savia de su música y letra. Así es el vallenato, no como lo quieren hacer aparecer ahora, en donde los médicos, los abogados, quieren a la fuerza ser compositores. Todas esas obras son un remedo frente al vallenato de verdad”, Rafael Escalona Martínez.
“Aquí yace Consuelo Araújo, de pie como vivió su vida”, Consuelo Inés Araújo Noguera.
Por: Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN