El ejercicio de la política siempre ha sido un campo de guerra en el cual surgen con intensidad todas las ambiciones e intereses del ser humano, pero en Colombia estas flaquezas se potencializan. Más aún quedan personas decentes y preocupadas porque esto cambie y por eso, varias veces y en varios gobiernos han intentado sanear estos procedimientos, pero cinco veces estos propósitos se han hundido.
El concepto de dejar hacer y pasar es un paradigma difícil de cambiar. Con razón Einstein decía que era más fácil disociar un átomo que romper un paradigma. La reforma que se acaba de hundir en el Congreso contenía siete puntos básicos, aprobados en comisión, pero solo tres de ellos, vertebrales, la dinamitaron. Ahí fue Troya. Estos puntos son: 1) Listas únicas cerradas y cremalleras financiadas por el Estado con restricción a tres períodos de una persona en cualquier corporación de elección popular. Este tipo de listas tiene connotación ética y financiera además de consolidar lo colectivo; así, son los partidos los que hacen las propuestas unificadas de la campaña electoral, no las personas que integran las listas. Además, posibilitan que la mujer se empodere en lo político y en lo administrativo, imprimiéndole su sexto sentido; así, quizás, se iniciaría un proceso para desmontar milenarias prácticas misóginas. Aquí no se destacaría el individuo que más dinero aporte ni el que tenga mayor capacidad de cacicazgo, otras condiciones deberían imponerse.
La lista cerrada restringe al individuo en favor de la sociedad y por eso, desde la propia coalición, hubo fuego amigo; nadie quiere verse excluido de una lista ni estar relegado a posiciones inviables dentro de ella. Las listas cerradas no son perfectas, pero se podrían jerarquizar en función de méritos; de dos males se escoge el menor. En cambio, las listas abiertas son más costosas, carecen de ideas, fortalecen el canibalismo y el individualismo, sirven para sanear fortunas y el lavado de activos, incitan al fraude electoral, las propuestas de solución de los problemas son aisladas y, por lo tanto, no tienen una teleología concurrente y coherente que debe tener un partido y, además, despiertan falsas expectativas en el elector que no distingue entre el poder del dinero y las cualidades del aspirante: para donde va Vicente va la gente.
Hoy cualquier paleolítico puede conseguir una curul con una bolsa de dinero, eso es vergonzoso y degradante para una sociedad de derechos. El actual sistema electoral con listas abiertas es mucho más costoso, carece de seriedad, parece un carnaval y el elector promedio es alienado por la danza de los millones que fluyen. Los topes en los gastos son pura paja, muchos de ellos se hacen en efectivo sin ningún control. Muchos defienden las listas abiertas porque creen más en la fuerza del dinero que de las palabras, pero estas son un círculo perverso para la corrupción y prisioneras de intereses gremiales. 2) Restricciones a la permanencia ilimitada en los organismos de elección popular; hemos visto congresistas que han durado 40 años en el Congreso de la República que solo van a dormir a las sesiones y terminan votando a pupitrazos por disciplina de partido, muchas veces sin enterarse del proceso que han sufrido los proyectos de ley. Se retiran cuando ya los ruidos les interrumpen la siesta, pero los reemplaza algún familiar; este es un parlamentarismo monárquico. Esa prerrogativa no la quieren perder. 3) Quitarle poderes sancionatorios a la Procuraduría para los cargos de elección popular. ¿Por qué? Esta institución es la punta de lanza para domeñar al adversario político, una especie de “cuco” para infundir terror. Eso lo vemos todos los días. La Procuraduría es el cuarto de san Alejo de los parlamentarios que votan por el procurador para elegirlo y sirve de Armageddon al presidente de la república. Aprobar una reforma que no incluyera estos tres puntos básicos no tenía sentido así que lo mejor era hundirla hasta que haya condiciones razonables para volver a proponerla. Paciencia piojo que la noche es larga reza un adagio.
Por Luis Napoleón de Armas P.