Lo que para nosotros es una impertinencia preguntar la edad, para países del primer mundo como Corea del Sur, Singapur, Taiwán y Hong Kong, es una norma social que establece el orden jerárquico entre los hablantes, para dirigirse a las personas mayores con un lenguaje honorífico, o casual e informal, según la edad.
Los hábitos crean las costumbres, las costumbres fomentan las culturas y las culturas nos definen como sociedad, subraya la concatenación de ideas para mostrarnos un postulado que evidenciamos como axioma todos los días.
Es la cultura del entramado que surge de alianzas de negocios entre partidos políticos sin credulidad, cuya única finalidad es el reparto de los puestos y los contratos, aunque se argumente la necesidad histórica de evitar escenarios tenebrosos, blindarnos de dictaduras y de la expropiación y salvaguardar a la nación del terrorismo y el caos, cinismo que se repite como metáfora gastada o frase de cajón en cada campaña electoral.
Para crear un hábito se requiere realizar una misma actividad 21 días consecutivos, aprendimos del científico vallenato Rafael Valle.
Esa costumbre que se arraiga en el hábito, en ningún caso tiene fuerza de ley (Artículo 13 Ley 153 de 1978), pero puede suplir la ley en ausencia de esta.
El hábito sino se resiste al poco tiempo se vuelve una necesidad, el hábito de estar mintiendo, haciéndole el sesgo a los impuestos, fraude a los servicios públicos o extrapolando falsas promesas, que a la postre resultan lapidarias, en la dinámica de todos los partidos políticos, que mueren al final, al devorar sus propias mentiras.
De todas maneras, no es la cultura ideal para desarrollar unos comicios que cambien las costumbres políticas hacia una verdadera “oclocracia”, donde la Constitución sea una herramienta del pueblo para controlar al gobierno y no un instrumento del gobierno para controlar al pueblo.
Por Miguel Aroca Yepes