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Los paradigmas

IN SITU

Por: Jaime García Chadid

No quiero referirme  al día de  lluvia sino al invierno.  Me preocupa no la noche, sino la oscuridad. No es lo que sucedió ayer, antier o hace unos días, sino lo que viene sucediendo porque poco a poco y sin darnos cuenta nos apartamos del camino y renunciamos a unos valores  morales y éticos. Pero para poder profundizar es necesario  acercarnos a unas ideas.
El uso más común de  la expresión  “paradigma” conlleva  el concepto de cosmovisión es decir la manera en cómo vemos al mundo y nos insertamos en él. En ciencias sociales, el vocablo se usa para describir el conjunto de experiencias, creencias y valores que afectan la forma en que un individuo percibe la realidad. He allí la clave.
Usualmente uno tramita el devenir de su vida conforme a sus  experiencias iniciales. Por regla general el rumbo de la existencia queda señalado por las huellas que en aquella cera que es nuestra conciencia infantil  dejan  los paradigmas vigentes.  Uno trata, consciente o inconscientemente,  de acercarse a ese modelo.
Hace varios años, tal vez no muchos, esos ejemplos  eran en forma general, que no exclusiva,  el trabajo duro, el esfuerzo por levantar una familia, concluir una carrera profesional. El estilo de vida era austero  y las comodidades se reducían entre los privilegiados  a un rudimentario aparato telefónico por cual entraban y salían todas las llamadas, ventiladores usados con mucha limitaciones por aquello del costo de la energía, la estufa de gas propano era entonces algo singular, se poseía un televisor, uno solo, que congregaba a la familia. El vehículo era familiar  y servía para transportar por las mañanas las tinas de leche  y hacer los “mandados” y por la tarde para tomar el fresco. No se podía transitar sino despacio, las piedras  y las enseñanzas  no permitían otra cosa.
Había hora para desayunar, almorzar y cenar, para salir y entrar del hogar. El “permiso” era sagrado y otorgarlo era poco usual y de hacerlo era con extremas limitaciones  que le hacían entender a los hijos que para todo había un límite, un tiempo… y las amanecidas si acaso se daban los 31 de diciembre, uno que otro pernicioso, adulto,  continuaba la fiesta hasta la hora de un desayuno con arepa y chicharrón.
La mayor preocupación era la cosecha de algodón, y eso implicaba  meses y meses de arduas jornadas, no siempre bien recompensadas.
Ese estilo  de vida le regaló a esta región prestigio y respeto.
Todo eso fue cambiando lenta e imperceptiblemente, las cosas se nos fueron saliendo de las manos y de una colectividad austera, honesta y amable nos transformamos en una sociedad  ostentosa, vanidosa, ruidosa, agresiva, irreverente  y de paso insensible.
Una población en la que se piensa que la energía eléctrica se hizo principalmente para mover potentes equipos de sonido, equipos de aire acondicionado  y enfriadores para el whisky  y la cerveza  y que le da más valor a la resistencia al trago que a la capacidad de estudio o trabajo, o que  tener escoltas más que un sistema de seguridad, justificado en ocasiones,   es un adorno adicional a las flamantes camionetas anda mal.
¿Podremos desandar estos pasos?
jgarciachadid@gmail.com

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