Columnista invitado:
Por: Francisco Cajiao
Hace como un mes conocí dos investigaciones de la mayor importancia, ambas impulsadas y financiadas por el Idep. La primera, dirigida por Jorge Alejandro Medellín, rector del Claustro Moderno, hace un extenso recorrido por la población escolar de Bogotá, caracterizando a los niños, niñas y adolescentes de colegios oficiales y privados de la ciudad. Se trata de un estudio con una muestra muy grande (10.500 estudiantes y 49 colegios de 13 localidades).
A lo largo del trabajo se exploran los ámbitos físico, socioafectivo y cognitivo. A través de los resultados se pueden confrontar aspectos de antropometría, maduración física, salud y nutrición. Los niños cuentan en la encuesta qué comen al desayuno, qué alimentos consumen en la semana, en qué momento las niñas tuvieron su primera menstruación y a qué edad se desarrollaron sus senos. También dicen de qué se enferman, cuántos usan gafas y a qué edad inician su actividad sexual.
En el aspecto socioafectivo, el estudio indaga sobre el comportamiento escolar y familiar, las relaciones familiares, el rol del padre y la madre, los noviazgos, el consumo de licor y otras sustancias, la música, las pautas de crianza, la autoestima, la sexualidad, las creencias, los valores morales…
En el ámbito cognitivo se encuentran resultados sobre rendimiento académico, actitud frente al aprendizaje, expectativas profesionales, preferencias académicas, uso de tecnología…
Habrá otras oportunidades de entrar en el contenido de cada capítulo, pero, de momento, vale la pena destacar dos cosas: la primera es que, por fin, una investigación se ocupa de escuchar a los usuarios del sistema educativo y contrastar lo que se les está ofreciendo con lo que ellos necesitan; la segunda es la inmensa similitud de las respuestas entre estudiantes de colegios públicos y colegios privados. En casi todos los ítems las diferencias no superan el 3 por ciento.
El segundo trabajo, realizado por la Universidad Nacional, bajo la coordinación de Rocío Londoño, hace una exploración similar, paralela en el tiempo, sobre los maestros oficiales de Bogotá. Con rigor se exploran aspectos demográficos, económicos, profesionales y de satisfacción general con el oficio. También se indaga sobre la imagen social del maestro, los valores asociados al ejercicio docente y al ejercicio ciudadano, la cultura política, consumo cultural y percepciones sobre los estudiantes, los colegios y la educación pública.
Surgen muchos interrogantes, pues ciertas creencias que circulan en los ámbitos gremiales y en la opinión pública, tales como el malestar profesional que muchas veces se argumenta con diversas intenciones, dependiendo de quien lo use, quedan profundamente desvirtuadas por los datos.
La mayoría de los educadores se declaran satisfechos con su trabajo, gozan de estabilidad laboral y familiar y el 66,4 por ciento tiene vivienda propia. El nivel de ingresos familiares, comparado con el del resto de la población, es superior al del 47 por ciento de los hogares de las principales 24 ciudades del país. De otra parte, se encontró que la imagen que tienen ante los acudientes, académicos y empresarios es muy positiva y son los estudiantes los que tienen la más favorable de ellos.
La limitación de espacio en una columna no permite detallar la valiosísima información contenida en los informes, pero lo que es inexcusable es que no hayan sido publicados y propuestos como eje de foros y debates serios para ajustar la política pública. Conocer los sujetos de esa política, sus características, sus expectativas y sus problemas es la base fundamental de la sensatez. La investigación y el conocimiento permiten derribar mitos y creencias y centrarse en los asuntos esenciales de una educación que requiere más conocimiento y menos intuición.
frcajiao@yahoo.com