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Los niños, sí, los niños…

Desde los primeros tiempos, cavernarios o bíblicos, los niños han sufrido las brutalidades de los adultos. Los llamaban el futuro del mundo, pero les amargaban el presente, los torturaban y los mataban y ellos, que comenzaban a vivir, morían sin saber por qué. Ah, los niños, los mismos pedacitos de ternura, vidas salidas de nuestras entrañas, cómo gozamos viéndolos crecer; los niños, ojos asombrados descubriendo el mundo; los niños, proyecciones de mamá y papá que dan sentido al amor; los niños, esos mismos a los que cantó Gabriela Mistral: “Corderito mío / suavidad callada / mi pecho es tu gruta/ de musgo afelpada…”

Esos niños de todos los tiempos, siguen sufriendo el desenfreno de un mundo aterrador y a pesar de las eras, siguen como blancos tristes desafueros del hombre y de la naturaleza. El último ataque fue en Siria, no interesa si fue gas sarín o de otra clase lo que arrasó con sus vidas de modo atroz. Ya antes en Colombia más de una centena fue ahogada en el barro de Mocoa; y antes, también en nuestro país, con un ritual macabro, se dio muerte a Yuliana, y quién sabe cuántas Yulianas más han sido sacrificadas y sus muertes han quedado ocultas en sórdidos parajes o en apartamentos lujosos.
Sería interminable seguir con un recuento de tropelías y horrores contra los niños, no hay que escrudiñar la historia, están ahí pululando en cada capítulo de los siglos, haya o no haya conflicto de naciones, en el mismo territorio de la familia son torturados, en los vientres de las madres son apagados, en sus noches de sueños y de fantasías infantiles, son abusados por las sombras traicioneras de sus mayores. Parece que se olvidaron las palabras de Jesús: “…si no os hacéis como niños…” o cuando dijo: “Dejad a los niños que vengan a mí…”. Con el alma contrita, con una sensación de impotencia siempre me pregunto, ante la muerte violenta de los niños, ¿para qué nacieron? Sí, ¿por qué se asoman un instante al universo para luego ser borrarlos sin dejarlos tejer sus historias, solo vienen a dejar un rastro de dolor que pronto se olvida? Ah, los niños, los muchachitos, los ‘pelaitos’, los que comienzan a crecer, los que hacen de sus libros escolares y sus loncheras, de sus video juegos y sus anhelos, su riqueza personal; los que crecen rapidito y cambian la voz que anuncia otra etapa de la vida; pero se las cortan. Así lo advierte el poeta Miguel Hernández en su ‘Balada de la cebolla’: “Vuela niño en la doble luna del pecho… / no te derrumbes / no sepas lo que pasa, ni lo que ocurre, vuela…”.

Seguirá el horror ensañándose con los niños, seguirá nuestra impotencia, es más, arreciará la barbarie cuando la tercera guerra mundial ha comenzado en distintos flancos de los continentes, solo Dios puede mediar, porque el ser humano ¿humano?, está afanado en destruirlo todo. Vuelvo a la Mistral en sus poemas a los niños: “Es verdad, no es un cuento /hay un ángel guardián que te toma y te lleva como el viento…”. ¿Será verdad? Soñemos con eso, solo nos queda soñar.
NOTICA. Esta columna, Dios mediante, se vuelve a publicar el lunes 24 de abril.

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