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Los muertos no mienten

Muchos vivos quisieran ocultar o matar la verdad, no les gusta que ciertas evidencias se publiquen o se repliquen sobre todo cuando esta yace varios metros bajo tierra. Dicen que la memoria de los muertos merece respeto, un falso argumento teologal. Pero los muertos hablan y dicen la verdad y cada vez que sea necesario, hay que exhumarlos; esta es una prueba de fuego de las ciencias forenses. Cuando un cadáver es encontrado, para contar los días de fallecimiento, lo primero que miran los expertos en criminología es el tipo de insectos que se encuentra con el occiso; así, a los dos días llegan unos, a los tres llegan otros, etc. A veces la exhumación no es física sino figurada para describir un pasado y buscar relaciones con otros difuntos o vivos en pro de dilucidar ciertos hechos fácticos, muchas veces relacionados con el crimen.

A la sociedad no se le debe privar de esta información así a muchos familiares les duela, el ADN vincula pero la sensibilidad familiar no debe estar por encima de la sociedad; aquí no deben mediar censuras malsanas. Nadie está exento de tener familiares con conductas atípicas aunque no existen delitos de sangre, dice la ley; y cuando a uno le sucede, debe aceptar los hechos y condenarlos para no compartir aquellas conductas. No hay porque rasgarse las vestiduras diciendo que quien divulgue o analice situaciones de este tipo, es porque está sembrando el odio; odio es el que siente una sociedad cuando se le oculta la verdad o al menos se la banaliza, odio da no denunciar hechos dolosos, conociéndolos, atentatorios de la vida de otras personas y de la democracia; odio es abonar espacios que conduzcan a la guerra, odio es alterar resultados electorales por medios ilegales; odio se produce en las víctimas del secuestro, del desplazamiento forzado, del despojo de tierras y eliminación física de los adversarios ideológicos. Cuando se actúa así se construye una matriz de odio, no de caridad; cuando a uno le hacen eso, lo lógico es que sienta odio aunque sentirlo no es sembrarlo.

El odio es un sentimiento natural de quien ha sido afectado o de quién, viendo en peligro sus intereses, a veces no legítimos, quiere destruir a sus hipotéticos enemigos. Pero el umbral del odio puede variar de una a otra persona. La mayoría de los colombianos debería sentir odio por el abuso a que ha sido sometido durante 200 años de vida republicana y 300 de conquista y colonia. Pero no es así, este es un pueblo al que le enseñaron la resignación, los que odian son otros, los que no quieren perder sus privilegios conseguidos por métodos non santos, los que viven del Estado, los que sin méritos se pensionan con sueldos de congresista.

No era necesario que en unos videos se revelaran ciertas prácticas electorales perversas para ganar elecciones, ya eso se sabía; en Valledupar todos nos conocemos y sabemos lo que muchos hacen, cómo ganaron sus fortunas; se sabe quiénes son mafiosos y al tiempo son “gentes de bien”; la llamada ventana oculta de Johari aquí no existe. Claro, como uno no es sabueso, trata de convivir con todos, allá cada quien, uno sigue sus propios patrones que pueden ser aprendidos o genéticos. Gracias a Guillén que destapó esta cloaca engavetada; desde ahora, el valor civil habrá que medirlo en guillenes así como la corriente se mide en amperios.

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