El primer Mejía fue el mejor de su curso, consiguió cinco medallas de orden público (distinción que pocos militares pueden alcanzar) y participó en la discutida retoma del Palacio de Justicia. A lo largo de su carrera, se destacó por ser tropero, enérgico, apuesto, de discurso imponente y directo. Quizás su más grande hazaña fue haberse infiltrado en las entrañas de las Farc, aprovechándose de la amistad (o ¿amor?) que entabló con una hija de Tirofijo.
Según su testimonio, este suceso le sirvió para comprender que las Farc son una especie de multinacional con una vasta diplomacia en el exterior y con un secretariado especial compuesto por políticos, empresarios y jerarcas de la iglesia. Además, para conseguir información que luego ayudaría al Ejército a abatir a Raúl Reyes, a Alfonso Cano y al Mono Jojoy.
No obstante, Mejía pasó de repente de ser un militar sobresaliente a ser un criminal, pues fue acusado de tener vínculos con Jorge Cuarenta y auspiciar falsos positivos, hechos que ocurrieron cuando fue comandante del Batallón La Popa. En efecto, fue condenado a 19 años y 6 meses de prisión por un Juez de Bogotá, tras encontrarlo culpable de concierto para delinquir, conformación de grupos armados ilegales y homicidio en persona protegida.
Mejía, el coronel, hace poco público su libro ‘Me niego arrodillarme’, que está contado en segunda persona. En el texto se dirige a su progenitor (quien también fue militar) y le manifiesta que ama a la patria, que no defraudó al Ejército y que su historia es un montaje organizado por Juan Manuel Santos con la ayuda de Sergio Jaramillo. El uribismo, desechando a los homicidios extrajudiciales y a las alianzas sangrientas que hubo en el Cesar, salió en gavilla a promocionar el libro de Mejía, quien para ellos continúa siendo un héroe.
El segundo Mejía también es hijo de militar y tiene varias condecoraciones. Además, se destaca por su nivel académico, es magister en Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra del Ejército (Carlisle, Pensilvania) y Asuntos de Seguridad Internacional de la Escuela Naval de Postgrados (Monterey, California). Por ahora no ha sido vinculado con crimines. Es un hombre de argumentos, que se expresa con un tono poético pero contundente.
Hace un par de meses, dentro del marco de los convenios que existen entre el Ejército y la Externado, se lanzó una investigación conjunta sobre los principales desafíos que contienen las negociaciones de paz y el posconflicto. En ese evento, Mejía, el general, habló -con su tono poético- sobre Ejército del futuro: un Ejército demócrata, respetuoso de los derechos fundamentales, cercano a la ciencia y a la tecnología, dispuesto a vencer los obstáculos que ponen los enemigos de la patria que quieren mostrar a las fuerzas militares como ajenas al proceso de La Habana. Y, como para dejar constancia, recalcó: “Vengo acompañado de los generales de la República”.
El primer Mejía es Publio Hernán, coronel condenado que es recordado por no pocos en Valledupar. El segundo Mejía es Alberto José, actual comandante del Ejército Nacional. Claro, no son familia. El único lazo que los puede acoplar es el militar y, al parecer, está roto. Se hallan en orillas opuestas, Publio Hernán no cree en el proceso de La Habana, aborrece al presidente, es estimado por el uribismo y busca reivindicarse como héroe, mientras que Alberto José anda con Santos en el cuento de los diálogos con las Farc y habla (bello pero faltan más resultados) de un Ejército del futuro que dé golpes sin vulnerar derechos. Ambos, de cierta forma, son un ejemplo de la división dañina que vive Colombia.