“Los grandes hombres con su silencio hacen historia, pasan desapercibidos, pero dejan grandes enseñanzas para beneficios de todos”.
Abundan ellos por muchos lugares, haciendo historias a base de sacrificios inconmensurables, solo por el fin último de ayudar y servir a sus gentes y comunidades. ¡Sí! los hay muchos, en muchos lugares, en todas las etnias, clases políticas, sociales, religiosas, etc., y sobre todo en la actividad política, en donde la verdad se esconde, por el desprestigio que ha logrado adquirir esta clase, a través del tiempo, con sus personajes que en realidad son pocos, los que mancharon y han manchado con sus actos la dignidad de muchos… de los buenos que son muchos.
Hay personajes interesantes en todas partes; en mi universo provinciano conozco muchos, pero voy a referirme a uno, quien sacrificó su vida, honra y bienes para dedicarse a una lucha con sentido de dignidad y respeto para que su región, hoy fuera grande y más próspera, ofreciendo mejores oportunidades para la vida de sus habitantes y para la gloria nacional.
He tenido la honrosa oportunidad de conocerlo, tocarlo, escucharlo y percibir la sencillez de sus expresiones, de sus actos y forma humilde de vida; no muestra apego a las cosas materiales, ni anda detrás de reconocimientos más que de aquellos que satisfacen a los demás y les conllevan felicidad.
Manejó bien el poder, cuando lo tuvo, porque partió de la premisa de no buscarlo y aun así logró posiciones importantes en el ámbito nacional e internacional y lo hizo en su momento, solo por cumplir con un servicio social obligatorio. Parece que el Dios de los Apóstoles de la comunidad se haya olvidado de él y que hubiera quedado abandonado en los últimos suburbios de su gran pueblo, que no le ha brindado los honores que se merece, pero ello no se recrimina, pues las nuevas generaciones olvidan con una celeridad pasmosa el pasado, en la misma forma cómo manejan la indiferencia, y muestran algunas apego al dinero sin sudor y al poder sin lucha.
Lo único malo de Dios es que todo lo perdona, ojalá me perdone a mí por haber cometido el pecado de no expresar lo escrito mucho antes; ¡no importa! Lo que pensamos la mayoría de las veces es más positivo que lo que hacemos, más, sin embargo, lo estoy haciendo ahora, con el mismo principio con que lo habría hecho en un pasado: bajo el concepto de la verdad y el afecto y estoy seguro que esta nota por la cual le expreso mis reconocimientos como hombre del montón, le llenará de gloria porque en gente como usted, José Antonio Murgas, los hechos triviales, de lo cual estoy seguro, causan grandes satisfacciones y le llenan de gloria.
Los viejos mandamientos del hombre común creo que fueron escritos por usted: ¡la honestidad, humildad, sencillez! ¡Los hombres sin gloria, son la gloria de Dios!
Su amigo.