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Los falsos ricos o “espantajopos”

La palabras rico y la palabra pobre hacen su diferencia como  adjetivos calificativos en el reparto de la suerte del destino,  en donde la una está amarrada a la abundancia y la otra a la escasez, y en este aspecto se convierten en expresiones que cada vez son más relevantes en los medios de una sociedad de economías globalizadas donde el capital y el trabajo parecen haberse vuelto entre sí enemigos perpetuos, pues la equidad casi no asoma por parte alguna, por ello hago una distinción consciente entre ellas y en mi caso particular de la riqueza, pues su buen manejo depende del valor espiritual, la sensibilidad social, y el sentido humanístico que se tenga por la vida dentro del universo de las cosas.

Para algunos la palabra rico es sinónimo de prepotencia, poder de dominio, delirio de grandeza, cretinismo, intolerancia, avaricia, desprecio, y constituye el sentido que en políticas de odio las usan los malos entendidos y resentidos sociales, para ofender en sentido general, pero que la gente sensata entiende que muchos obran bajo estos parámetros para transformar mentiras en realidades.

Cuando se lleva este calificativo bajo los parámetros del beneficio social, de la mesura, del servicio, de la equidad, del bien general y de la producción que genera beneficios sanos también es sinónimo de abundancia, trabajo, riqueza compartida, respeto, cultura, predominio social y de don de gente.

El poder y el dinero siempre deben estar de la mano, pero manejados ambos por la gente sana, donde la vanidad social no exista en su más mínima expresión y así los verdaderos ricos siempre serán dignos de admiración y respeto.

En este ambiente existen los ricos buenos y malos, y muchos en ambas categorías, y entre estas se dan muchas clasificaciones de palabras y de hechos frutos de la observación de sus actuaciones.

El rico bueno es modesto, servicial, preocupado, respeta las religiones, las etnias y en fin los derechos humanos los valora, pero nunca les pone precios; la sencillez los hace atractivos e irradian afecto por todas partes.

El rico inepto o incapaz, en especial aquel amparado solo por sus riquezas materiales y que por estas cree que lo merece todo, mira con recelo a quienes manejan conocimientos y criterios atractivos para con su sociedad, entonces buscan los medios para atravesar espinas en el camino e impedir sus actuaciones en cualquier campo.

El rico mediocre, no le hace favores a nadie, vive pendiente del manejo de su dinero y la avaricia lo arropa y atrofia emocional y mentalmente, no se ríe con nadie y normalmente se esconde para evitar situaciones embarazosas frente a la pobreza y necesidades y suele al final quedarse solo pues nunca logra hacer amigos que como dice una célebre canción de Leandro Díaz: “queda como el viejo cóndor, solo triste y afligido, vive triste y vive solo, muere de vejez y de frío”.

También existen los falsos ricos, aquellos que juegan con la sociedad de apariencias, que miran a los demás por encima del hombro con sonrisas despreciativas aparentemente simuladas, que se hacen por sí mismo partícipes de todos los círculos sociales, donde las marcas de ropas finas hacen el realce de la dignidad, no trabajan ni producen y están sin embargo  en todas la actividades, manejando el empeño de los pocos bienes para mostrar los Rolex con pulseras doradas, sacrificando su propio bienestar para una vida sana y sin ataduras a costa de exhibiciones sin sentido, donde la presunción de riqueza les domina como buen complejo social propio del inservible, que bien localizados por el vulgo le llaman los “espantajopos”, en donde todos a base de menjurjes  y lociones y con el último grito de la moda, en vez de realzar  la personalidad solo resaltan la pobreza de su corazón; y son a estos, a quienes hay que ponerles mucho cuidado ya que se encargan puntualmente de adornarse con el cretinismo absoluto que solo les lleva al chisme como medio de valía para lograr una posición relevante. Están metidos en todos los círculos sociales y políticos y cuando esta clase de falsos ricos alcanzan a entender lo que representa la discreción y la cultura del dinero, la pena con sentimiento de culpa les asedia por doquier al sospechar que se han convertido en el hazme reír de la sociedad.

Acá, por estas tierras hay personas y hasta familias completas que dan buen uso a esta forma peyorativa o  remoquete, donde la inmodestia es su valor favorito y la predisposición a la auto admiración les domina; y, a lo mejor sin querer, terminan como aduladores de la ignorancia y del poder de los torpes, simulando   a “chuzadores” sociales e infiltrados sin penas ni glorias, convirtiéndose en verdaderos “gorreros” que no son más que innovadores en una posición  social donde faltan muchos pesos para sostenerla y deben entonces acudir con los antifaces de los ilusos quienes nunca encuentran pistas de aterrizajes.

El peor enemigo para una sociedad moderna es un pobre que se cree rico; su presunción le somete a cualquier eventualidad amoral y los sueños cautivadores del elitismo le obsesionan tanto, que le permiten caer con facilidad entre sus lazos.

Por: Fausto Cotes N.

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