Un antiguo refrán afirma que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver. Nuestro momento actual es un absurdo y la sociedad del siglo XXI una paradoja, por ejemplo: si a un hombre del paleolítico alguien le dijera que en un futuro lejano existirían lugares inmensos llenos de diversidad de alimentos, reiría incrédulo; hoy poseemos grandes cantidades de comida en un solo lugar pero los niveles de obesidad, diabetes y enfermedades relacionadas con los trastornos alimenticios van en aumento.
Lo mismo sucede con el comportamiento ético-moral: nuestros ancestros, que a duras penas sabían leer y escribir, eran radicales y coherentes al momento de hacer vida sus convicciones, la palabra dada valía tanto como un papel sellado. Hoy, quienes se reparten el erario como un botín son personas que cuentan con maestrías y doctorados.
Hemos avanzado en muchos aspectos: vacunas, antibióticos y procedimientos médicos que aumentan nuestra esperanza de vida, veloces medios de transporte que diluyen las fronteras y potentes medios de comunicación que diluyen las fronteras.
A pesar de todas nuestras comodidades, hemos aplicado la tecnología para incidir en el medio ambiente y adaptarlo a nuestras necesidades para lograr el confort, los problemas sociales se agudizan y la brecha continúa expandiéndose.
Días atrás, el país se conmocionó por la muerte de un grupo de menores luego del bombardeo a un campamento guerrillero. Si fueron reclutados o si estaban allí por amor al arte, no lo sabemos así como es un misterio si las Fuerzas Militares tenían conocimiento de la presencia de los menores en el lugar. Hay cosas que, definitivamente, están por fuera de nuestro alcance pero, a veces, preferimos hacernos los locos y no saber.
Esta actitud de ser idiotas a conciencia, no ignorantes si no inteligentes estúpidos que prefieren no saber para no asumir la responsabilidad que el conocimiento trae consigo, fue a lo que Sócrates y los estoicos llamaron amathia, el desconocimiento inculcado en el alma por la mala educación que consiste en falsos valores o falsas nociones o creencias. La inteligencia estúpida es una enfermedad del espíritu que puede ser letal -solo miremos el ejemplo de la sociedad nazi- y solo puede superarse mediante la hermenéutica de sí mismo como herramienta para alcanzar la eudamonía que no es más que la felicidad.
La hermenéutica de sí exige el autoconocimiento, algo difícil de lograr en una sociedad como la nuestra que, distraída y afanada, no tiene tiempo para el silencio y la reflexión, pero que al mismo tiempo anhela la felicidad de allí que aparezcan gurus y coaches que anuncian tener la fórmula secreta para alcanzar ese estado de bienestar y que no dicen otra cosa distinta que aquello que tanto deseamos escuchar o aquello que otros dijeron hace mucho tiempo, un conocimiento que está allí, a nuestro alcance pero por desidia, descuido o ignorancia no somos capaces de alcanzarlo, como la filosofía estoica.
La búsqueda de la felicidad por parte del ser humano no es nueva y hoy, en pleno siglo XXI, estamos empezando a redescubrir los postulados de este grupo de pensadores.