Conversé con el escritor Luis Mario Araújo Becerra sobre su último libro ‘Las miradas a la guerra’, una narración que oscila entre la novela, el cuento, la poesía, el ensayo y la crónica. Luis Mario forja con esta obra un laberinto donde cada lector podrá hallar o abrir su propia salida. Hace del horror un tema transversal, pero también explora la condición humana y dialoga con diferentes expresiones artísticas. Nos invita a tener múltiples miradas sobre la realidad, a reinventarnos en cada movimiento y a comprender que el infinito no es inalcanzable. Sí, porque somos personajes que podemos trasmutar en otro y el alma de cada individuo contiene a la humanidad entera.
¿’Las miradas de la guerra’ es una novela, un ensayo, un libro de cuentos o una crónica?
O ejercicios de poesía en prosa o una especie de memoria. Podría uno preguntarse si encaja en muchas otras categorías. Pero me parece que esa respuesta no me corresponde, sino que deben darla los lectores. Pienso que la clasificación de los textos en géneros tradicionales como novela, cuento, etc., se encuentra superada. En cierta ocasión, el escritor Pedro Badrán me dijo que “hoy en día debemos hablar de libro”. Más que una novela o un poemario; uno escribe “libros”. Ya cómo lo reciba el lector o cómo lo clasifique la crítica es otra cosa. ‘Las ciudades invisibles’, de Calvino, o ‘Perder teorías’ de Vila-Matas, ‘Los cuentos de Juana’, de Cepeda Samudio, ¿a qué género literario pertenecen? No lo sé. Lo que sí puedo decir, sin duda, es que son maravillosos “libros”. Cada uno debe encontrar la forma (formato, género, estructura) para decir lo que necesita decir, así esa forma no sea la tradicional o vaya más allá de los dogmas. Entonces, ‘Las miradas’ es un libro que viaja por tiempos y escenarios para indagar sobre algunas facetas de la condición humana y del arte. Es una propuesta para que cada lector construya su propio libro en la medida en que lo lee. Por eso no hay una “mirada” a la guerra, sino múltiples “miradas”.
En la contraportada del libro se advierte que Cortázar, Perec, Vila-Matas o Arno Schmidt, nos han enseñado que la escritura es descomposición, ¿qué descompones con este libro?
En los años sesenta, en Francia, Raymond Queneau y otros escritores iniciaron lo que dieron en llamar ‘Oulipo’, que en español viene a ser “Taller de literatura potencial”. Buscaban hacer ejercicios vanguardistas que permitieran renovar la literatura. Allí estuvo, por ejemplo, Georges Perec, quien escribió una novela como la ‘Desaparición’ (o El secuestro), que consiste en que en todo el libro no aparece una sola palabra que tenga la letra “e”, que es la más usada en francés. Italo Calvino participaría después con libros tan raros como ‘El castillo de los destinos cruzados’, que es una historia hecha con base en las combinaciones de las cartas del tarot. Y cada uno de ellos haría tal cantidad de experimentaciones con la literatura, que efectivamente, terminaron abriendo sendas nuevas y potentes. Cortázar no estuvo allí, pero escribió Rayuela. En fin, esta corriente nos dijo que había que descomponer los esquemas literarios tradicionales y, en cierta medida, gastados, que venían del Siglo XIX. A eso creo que se refiere el editor en la contraportada. Ahora, en mi libro no busqué descomponer nada, él mismo encontró su forma. Una forma que puede ser novedosa o no, eso no es lo importante; lo importante es que sea adecuada para expresar las preocupaciones que movieron su escritura.
Para describir el salvajismo humano te transportas hasta la Guerra de Bosnia, ¿por qué no usaste como contexto el conflicto armado colombiano?
Esa pregunta me sirve para aclarar algo importante. Este libro no es sobre la guerra de Bosnia, ni más faltaba. Eso me parecería un trabajo innecesario. Ya existen textos magníficos sobre el tema como ‘Diario de Sarajevo’, de Juan Goytisolo, para dar solo un ejemplo. Lo que pasa es que cuando esa guerra estaba ocurriendo, recuerdo haber visto las imágenes por televisión y quedé impactado. Esas imágenes se quedaron dando vueltas y me llevaron a meditar acerca de la muerte y la violencia. Entonces entendí que no hay guerras nuestras y guerras ajenas. Cada vez estamos más conectados. Tenemos una casa y una historia común. La degradación de un hombre en Siria es la degradación de un hombre en Colombia. Es la desgracia de “la humanidad”. En sentido inverso, la reflexión sobre la tragedia de allá puede ser la reflexión sobre la que vivimos aquí. De hecho, en el libro hay apartes sobre Virginia Woolf, sobre la segunda guerra mundial, sobre un pequeño pueblo del Caribe. Mi libro no es sobre Bosnia, nació de aquellas imágenes, sí, pero no es una arqueología sobre ese hecho. Quizás uno de sus temas sea la barbarie, pero no creo que se agote allí.
En ‘Las miradas de la guerra’ sucede algo particular: los personajes son volátiles, pero el tema es recurrente. ¿Acaso tu propósito con este libro fue hacer del horror un personaje?
El horror recorre todo el libro; pero si hay algún personaje transversal es el alma humana. Borges decía que en un tigre están todos los tigres. Que en las manchas del jaguar están todos los animales que cazó y las plantas que estos comieron y las lluvias que las alimentaron. Es decir, que el mundo es unidad. En esa línea me di cuenta de que un personaje puede transmutar en otro, un escenario puede reaparecer en otro lado- como cuando decimos: parece que ya hubiera estado aquí -, un hecho sigue sucediendo en otra época; porque el alma de cada ser humano contiene a la humanidad entera. Creo que el libro entendió eso y estableció una lógica interna que respeta ese principio. Tal vez por eso, cuando se transitan sus páginas puede encontrarse el intento de cruzar o interconectar géneros, escenarios y personajes a través de una serie de rutas subterráneas.
En el libro aparecen algunos grabados de Goya que pertenecen a la serie ‘Los desastres de la guerra’, ¿esas imágenes son una ilustración, una extensión, un leitmotiv o un mero truco de tu narrativa?
No son ilustraciones. Es decir, no se incluyeron unos cuadros para ilustrar los textos o algo así. Este libro habla con otros libros, quiere dialogar con la tradición de la literatura de la violencia en Colombia y habla con la pintura de Goya, porque también, en cierta forma, es una indagación sobre el arte.
Teniendo en cuenta que la guerra es generalmente un asunto de machos, ¿cómo te surgió la idea de dialogar a través de este libro con Virginia Woolf y Susan Sontag?
La verdad no había notado eso que dices; pero es una muy buena lectura. Virginia Woolf escribió en su libro ‘Tres guineas’ una serie de ideas sobre la guerra y cómo esta atropella a la naturaleza humana. Sontag fue crítica de los sistemas políticos imperantes, en especial el de su país, y los conflictos causados por ellos. Además, trabajó mucho el tema de la imagen, que a mí me interesa también. Quise dialogar con ellas por esas razones. Lo que no entendí, hasta ahora que me lo dices, es que en el libro estas mujeres son como una fuente en el desierto. Pero, a renglón seguido, veo que lo mismo pasa con las otras mujeres que aparecen en él. Son vida y resistencia. ¡Gracias por revelarme esto! Comprueba que el libro no es mío, hace rato.
En ‘Las miradas a la guerra’ se oye una música que apacigua el cuerpo y enardece el espíritu: Mozart, Beethoven, Wagner. ¿Cómo seleccionaste esa banda sonora?
El escritor Jorge Osbaldo, quien es apasionado por la música clásica, también me dijo eso: que el libro tiene una banda sonora. Lo cierto es que mientras lo escribía escuché mucho a esos compositores y a otros, como Bach, Smetana o Rachmaninov. Un compañero de universidad, sobrino del pintor Darío Morales, y que es un melómano absoluto, me ayudó a acercarme a estos genios.
¿Qué tan efectivo es el arte como forma de representar la barbarie?
El libro intenta explorar un poco ese terreno, esa parece ser una de las razones por las que está en diálogo Goya y Sontag. Uno de los grandes temas del arte ha sido su poder para contener el mundo. ¿Está la flor en la palabra flor? ¿Es posible a través de las palabras transmitir el deseo, el dolor? Creo que todo intento del arte por atrapar la vida está condenado a la derrota. Sobre todo si lo que pretende es copiar la vida a través de palabras en un papel. La única forma en que el arte puede tener alguna oportunidad es si puede “evocar” la vida, a través de los rasgos profundos del alma. Nunca tratar de calcarla.
¿Podemos decir sin titubeos que las guerras son inherentes a la naturaleza humana?
Tal vez lo son; pero también el amor, la esperanza, el fuego de la vida. Lo importante es entender que, en medio del fragor, y a pesar de él, es posible continuar, renacer.
Para terminar, veo que el libro es de Ediciones Café Literario. El Café Literario Vargas Vila no ejerce el mismo activismo cultural que antes, pero ahora vive una especie de esplendor creativo. Por ejemplo, este mes, incluyéndote, cuatro miembros de ese grupo lanzaron sus nuevas obras. ¿Haber dejado la gestión cultural les sirvió para dedicarse más a escribir?
El Café Literario es un milagro. En un pequeño municipio como San Diego, logró organizar un Festival de Poesía que iluminó la región. Además, constituyó un grupo de escritores que, desde 1988, cuando salió su primer trabajo, han publicado cerca de treinta libros. La faceta de gestión cultural no terminó, se transformó. Es posible que ese cambio haya servido para que hubiese mayor producción escrita. Lo cierto es que hoy el Vargas Vila se ve más como un grupo literario: como un colectivo de amigos que sigue hablando, leyendo y trabajando la escritura con cierta identidad. Es una alegría entender que su influencia sigue vigente.
Por: Carlos César Silva