Por: Imelda Daza Cotes
El fin del conflicto armado en Colombia es un anhelo nacional y sería un hecho de enorme trascendencia que posibilitaría la superación de graves problemas y facilitaría la inserción del país en la economía mundial en mejores condiciones. Latinoamérica fortalecería sus posibilidades de integración y de desarrollo como región de paz
Décadas de violencia, de precaria democracia, de narcotráfico, de gobiernos incapaces de frenar la tragedia y corregir el rumbo han generado atraso, desigualdad y males de todo tipo. Es no sólo necio sino temerario insistir en lo mismo. Creer en la victoria militar para resolver la confrontación es perverso. Tenemos que ser capaces de apelar a procedimientos más acordes con la condición humana para dirimir nuestros conflictos y alcanzar la paz que haga posible la convivencia.
Afortunadamente gobierno e insurgencia se han mostrado dispuestos a poner en marcha el tren de la paz, sincronizar sus relojes que marcan el tiempo a ritmos distintos y negociar hasta lograr acuerdos, reformas y cambios. Pero estos diálogos afrontan tensiones y desafíos internos y externos que obligan a actuar con mucha cautela y a mantenernos alertas y celosos del proceso
Lograr un pacto político que reconcilie a los colombianos con su historia y asegure un futuro de desarrollo con justicia social no es una tarea sencilla porque exige rectificar todo lo que dio origen y alimentó la confrontación armada. Hay demasiados intereses en juego y visiones encontradas. El Acuerdo inicialmente firmado plantea unos temas de tal alcance que por eso mismo son desafiantes. El tema agrario ha generado desde siempre mucha violencia; la excesiva concentración de la propiedad de la tierra es un asunto muy delicado. El narcotráfico es un tema espinoso. La participación política implica la democratización de la vida nacional y exige espacios donde todos puedan actuar en libertad. El tema de víctimas implica conocer la verdad de todo lo ocurrido, la reparación y el compromiso de no repetición.
Si bien esta negociación es más prometedora que las anteriores hay que infundirle más confianza y hacer posible un cese al fuego con verificación internacional. Conviene también que las partes manejen un bajo perfil para evitar pronunciamientos publicitarios. Los medios de comunicación juegan un papel fundamental porque tienen el poder de crear opinión favorable o contraria al proceso. Poco favor están haciendo quienes se esmeran en descalificar a los negociadores de las Farc destacando los voluminosos expedientes, juicios y condenas en su contra, mientras guardan silencio cómplice frente a la impunidad que ha rodeado el genocidio contra la Unión Patriótica, para citar sólo un caso. En 1992 la UP eligió en el Cesar 6 concejales y un diputado. Sólo yo sobreviví a la barbarie. No hay ni un solo condenado por los 6 concejales y el diputado asesinados. Tampoco los hay por el doloroso asesinato de Guzmán Quintero ocurrido hace ya 13 años. La lista se haría interminable, pero detallarla es de poca utilidad en estos momentos. Hay interés en conocer la verdad pero que sea el Acuerdo final el que defina qué hacer con esos casos
Los medios deben desarrollar una labor pedagógica frente al proceso de diálogo, deben promover confianza, informar oportunamente y no tergiversar la verdad. Deben abrir espacios a la opinión constructiva. Los movimientos sociales, gremiales y políticos deben exponer sus puntos de vista, eso nutre el debate y garantiza la aceptación posterior de los acuerdos. La negociación no puede hacerse a puerta cerrada aunque en la mesa se sienten sólo los negociadores y sus colaboradores
Hay que aspirar a un acuerdo final con justicia para todos. De una paz sin desarrollo social brotará de nuevo la violencia. Hay experiencias al respecto en varios países centroamericanos y en Suráfrica. Allí, al negociar, se dio prioridad a lo político más que a lo económico y social. Después, ha resultado imposible promover los cambios que la sociedad exige, y la violencia, aunque diferente, golpea de nuevo estos países.
En la agenda que pronto empezará a discutirse están las raíces de la confrontación armada. Un acuerdo de paz definitivo debe incluir soluciones a problemas como el acceso a la tierra, estímulo al sector agropecuario, promoción de la economía solidaria, garantía de servicios de educación, salud, vivienda y erradicación de la pobreza. Sólo así la paz será duradera y la convivencia posible