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Los cuidados de la vejez

Lo que soñamos suele ser un reflejo de lo que hemos visto y escuchado durante el día. No encuentro otra razón para explicar mi último sueño. En efecto, soñé que subía una escalera y cuando me faltaban dos peldaños para llegar a la cima entré en pánico, vi que al pie de la escalera había un montículo de arena y me tiré. No hubo fracturas, salvo un tirón en la columna; pero durante la mañana sí sentí un dolor nuevo en la espalda…

El día anterior al sueño, escuché que el padre de un pariente había muerto después de una caída de la que no se recuperó, iba a cumplir 99 años; la hermana de una amiga se cayó de las gradas en la casa y sufrió fracturas en ambas rodillas, tiene más de 80 años; la madre de un amigo estaba barriendo el patio, se enredó con un bejuco, cayó y sufrió fracturas de húmero y codo, tiene 87 años. Tantos accidentes juntos impresionan y anidan indefectiblemente en un sueño. Yo voy a cumplir setenta.

Pues, todos esos accidentes hacen pensar que, si bien los adultos mayores no somos discapacitados, sí tenemos bastantes limitaciones, y lo mejor es hacer conciencia de esa dramática realidad; no vaya a suceder lo que le ocurrió hace unos años a una dama que había cruzado ya los 50; como usaba bótox se sentía moza, y como en sus mocedades había practicado voleibol, un día sintió la tentación de unirse a un grupo de chicas que practicaban ese deporte; el calor del ejercicio la hizo entrar en euforia, y en la disputa del balón saltó tan alto que cayó, y no se pudo parar. Un malicioso espectador comentó: «Esta dama saltó de 15, cayó de 80».

No le falta razón al chascarrillo del paisano. La tentación o la vanidad hacen olvidar que, «la masa muscular magra constituye hasta el 50% del peso corporal total de los adultos», y en plena vejez disminuye hasta casi un 25% del peso corporal. En sentido figurado, somos una construcción a la que los años le debilitan su sistema de vigas y columnas, y se caen. Ante esa evidencia, lo prudente y sabio es aceptar nuestras limitaciones y cambiar hábitos, tomar precauciones, por ejemplo: bajar despacio las gradas, agarrándose del pasamanos, y asegurándose de que no estén húmedas; usar chanclas o zapatos de suela corrugada; en el baño, poner tapete de caucho con estrías, o instalar piso antideslizante; al caminar por andenes que presenten desnivel, hacerlo como los chanchos: con la mirada baja…

Si bien lo mío solo fue un sueño, y los sueños, sueños son, yo me lo he tomado como un aviso. Bendito sueño, que me mantuvo pensativo toda una mañana. La primera reflexión fue aceptar sin reparos las limitaciones que impone la vejez. Hay que aprender a ser viejo(a) y, de ese aprendizaje, el primero debe ser acentuar los cuidados. Envejecer y llegar al final con la dignidad incólume. Y con el oído atento a este pensamiento de André Maurois: “El verdadero mal de la vejez no es el debilitamiento del cuerpo, sino la indiferencia del alma”. 

POR. DONALDO MENDOZA.

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