Al iniciarse la segunda mitad del siglo pasado, con su canción ‘El Chevrolito’, Rafael Escalona jamás imaginó que con las letras de su poesía cantada haría un aporte a la Demografía, al motivar con sus versos a oleadas de colombianos que en cientos de miles cruzaron la frontera para instalarse en la tierra del petróleo. Aunque fue un proceso continuo por más de medio siglo, no tuvo estadísticas confiables, nada selectivo y sin control de ambos estados, puede afirmarse que fue el movimiento migratorio más numeroso y dinámico que han vivido dos países de América Latina, solo superado en el presente por la migración centro americana hacia los Estados Unidos.
Primero se fueron los obreros agrícolas que elevaron la incipiente actividad agropecuaria a nivel de industria, produciendo más leche y más carne. Fueron ellos quienes tumbaron bosques y selvas para transformarlos en pastizales y extensos cultivos de cereales.
Los artesanos, apreciados por su trabajo calificado, dieron a la construcción el sello de calidad, cambiando los bucólicos pueblos grandes en las bulliciosas metrópolis de concreto del presente, al punto, que puede afirmarse que no existe una construcción en Venezuela donde no este impresa la huella de la mano laboriosa de un colombiano.
Las auxiliares del hogar fueron parte de la familia venezolana, y muchas de ellas se consideraron madres sustitutas que facilitaron el progreso y superación de la cabeza de hogar en la universidad y en la actividad empresarial.
La manufactura también contó con el aporte de técnicos con excelente y probada preparación con la que contribuyeron al auge industrial en todos sus rubros.
En la universidad, la salud, la ciencia y la tecnología también dejamos nuestro rastro y son notorios y numerosos los ejemplos de la presencia de la inteligencia colombiana en Venezuela. Podemos afirmar que nuestra permanencia allá no se nos dio de manera gratuita, lo contrario, pagamos con nuestro trabajo honesto la hospitalidad y oportunidades que se nos dieron, impulsando el desarrollo de ese otrora maravilloso país.
Hoy, obligados por el desastre humanitario que vive su pueblo, después de tres generaciones, los colombianos regresan al lugar de sus ancestros. La gran mayoría con muchas limitaciones y carencias, solo con lo indispensable a iniciar una nueva vida partiendo de menos cero.
El gobierno debe cuantificar y calificar ese retorno para ayudarlos en sus necesidades a los que vienen huyéndole al hambre y a la negación de los más elementales derechos del ser humano.
Por Sinar Alvarado R.
sinareufra@hotmail.com