Nadie imaginó, mucho menos nuestros campesinos creadores del son, paseo, merengue y puya y ejecutantes de los carrizos, ocarinas y posteriormente de la guacharaca, caja y acordeón, que esa música rechazada pero contestataria a la vez iba a llegar hasta donde hoy día se encuentra.
Ese posicionamiento tiene varios fundamentos que es bueno hacerlos evidentes, entre ellos la fuerza de lo creado por nuestros gestores musicales, con los que se logró construir un lenguaje, una nueva forma de comunicarnos y una identidad de estilos en cada uno de ellos, hechos que contrastaron con todos los problemas sociales que sus creadores vivieron.
Es verdad que ellos pese a su condición social, que no fue óbice para construir esa muestra musical, buscaron el equilibrio que debe existir en toda actividad social. Al tiempo que eran reprimidos creaban una respuesta musical que le cerraba el paso a tanta inequidad por parte de los nuevos dueños de la tierra.
Ese enfrentamiento sacó del anonimato a esos hombres estacionados en tantos puntos estratégicos, que sin conocerse se retaban y producto del más puro sentido común mantenían activa su doble función de trabajo: macheteros en el día y músicos en la noche, en la que la segunda, termina sometiendo a la primera, por la fuerza misma de sus melodías y textos.
La labor trashumante del músico los convirtió en unos narradores que le cantaban a lo que veían, vivían y sentían, pero también se ponían al servicio de los nuevos centros de poder, ante todo los dueños de la tierra, que en la mayoría de los casos se convirtieron en mecenas, hecho que cambió el rumbo de lo creado y de sus creadores.
El crecimiento de la audiencia, sin lugar a dudas, pone en evidencia que nuestra música vallenata, pese a los constantes rechazos por cierta miope élite del Magdalena Grande (La Guajira, Cesar y Magdalena), tuvo seguidores siempre y eso lo demuestran los fanáticos de Luis Pitre, Sebastián Guerra, Nandito el Cubano, Juan Solano, Francisco Rada, Abel Antonio Villa, Emiliano Zuleta Baquero, Lorenzo Morales, Alejandro Durán y Luis Enrique Martínez, por citar algunos.
Ellos son la base, con excepción de Zuleta Baquero, Pitre, Guerra, Morales, Nandito y Solano, de una memoria fonográfica, cuya fundamentación moderna permite elevarlos como verdaderos creadores del cimiento fundamentario, para que el vallenato se encuentre en el sitial en que está.
Si lo planteamos mucho más atrás en el tiempo encontramos a Francisco Moscote Guerra, el de la leyenda, quien arrastra entre pecho y espalda toda la edificación del movimiento de la música vallenata. Sus logros y derrotas, su ascenso y declive, lo vuelven un ser de carne y huesos que escenificó dos hechos vitales en la construcción de nuestra música: la leyenda y la piqueria.
A FUERZA DE VALLENATO
En nuestra música vallenata con muy contadas excepciones, se dio el hecho que, los primeros cantos no tuvieran respuesta. Ese lenguaje directo convertido en ‘pique’ nutrió el espíritu creador de nuestros primeros músicos, sumado a la acción creativa de Francisco Irenio Bolaños Marzal, quien logró unir la lira (pitos) y lo armónico (bajos), para que el mundo supiera que unidas esas dos partes el cuerpo armónico del vallenato podía tener una mayor aceptación.
La creación del Festival de la Leyenda Vallenata es la muestra más moderna que como concurso tenemos y que originó una cita obligada para quienes eran portadores de esa música con sus variados estilos. Este evento pone una marcación territorial que hasta la presente está vigente.
Cada quien carga en su maletín musical, un estilo, un repertorio, una forma de decirlo y hasta a quienes le siguen. Esas diferencias son evidentes pero se juntan, se enfrentan y se confrontan de tal manera que termina primando lo que más se acerca a lo raizal, porque si algo tiene pasado es ese evento, el cual está hecho para escuchar, tocar y refrendar lo construido con base en las raíces.
No hay necesidad de anexar otros ritmos cuando la base del mismo se consolidó a través de cuatro aires o ritmos como: el paseo, el son, el merengue y la puya; o de anexarle por separado categorías de mujeres, que en vez de crear una verdadera acción feminista lo que hace es generar un problema de género.
Es bueno que la organización del Festival retome el ejemplarizante cuadro que brindó Fabriciana Meriño Manjarrés, al enfrentarse y competirle en igualdad de condiciones artísticas a los hombres en el primer Festival de 1968. Si no es así, la ausencia del vallenato se hace evidente y termina siendo un mal remedo, no sin antes advertir, que es urgente y necesario escudriñar nuevas obras del extenso repertorio primitivo que existe, para no repetir hasta el cansancio las mismas canciones y hacer los mismos pases de Luis Enrique Martínez, que si bien es un homenaje a ese excelso músico el fastidio es evidente al ver y escuchar a un músico que gana el Festival con ‘más de lo mismo’.
El Festival convirtió a los concursantes en intérpretes y no en creadores como debe ser. Hace por lo menos veinte años estamos moliendo las mismas obras y la calidad de los reyes en todos los concursos: es de muy mala calidad. Se volvieron ‘copietas’, sin creatividad y están alejando a quienes vienen a este evento a escuchar nuevos repertorios, que son asaltados por músicos sin proyección, concursos abandonados por la traída de un artista vedette, que termina siendo el centro de la festividad y por un tráfico de intereses que desdibujan a los que de verdad deben ganar.
Valledupar, la capital mundial del vallenato, antes, dentro y después de la realización del Festival, se ha convertido en un gran punto de encuentro, lo que le ha permito ser una cita recurrente para ver y escuchar lo mejor de nuestra música. Considero, sin lugar a dudas, que la ciudad es ‘el vaticano del vallenato’, hecho que permitió el reordenamiento de la música vallenata, pero que es urgente que sus cabezas visibles le pongan coto al abuso indiscriminado y de poca calidad humana para quienes nos visitan en lo atinente a hoteles, hostales, arrendamiento de casas, casas campestres, apartamentos, venta de licor, transporte aéreo y terrestre, sumado a la delincuencia.
ESTILO DE INDUSTRIA
La industrialización de la música vallenata permite que niños, jóvenes, mujeres y hombres dinamicen las diversas muestras que se conjugan en el pasado, presente y el futuro. Esta música no se estacionó, pese a que se resguarda ella misma, por su naturaleza de estirarse y encogerse al mismo tiempo, unos raros comportamientos que solo quienes nacen en ella pueden entenderlos y ante todo construirlos.
El vallenato para ser cantado y tocado en su esencia tiene que ser hilado a través de algo tan fundamental como ser del hábitat, del entronque, de la savia, de la sangre, de la madre tierra que como La Guajira, que es sin lugar a dudas el imaginario del vallenato. Puede que alguien, por cualquier razón, cante o ejecute el vallenato, pero jamás lo hará con la propiedad como lo hacen los nativos de la gran provincia vallenata y esa es una razón de peso que termina dándole una categoría al portador del mensaje vallenato, donde quiera que vaya, sumado a la libertaria acción que toma la dancística del vallenato al ser abordado por la pareja que decide bailar nuestra música.
El temor que en un momento dado aborda la pareja de bailadores termina sucumbiendo ante la manera como nuestra música, de manera generosa, acepta sin imposición de quien decide hacerlo: su coreografía no limita, muchos menos coarta la acción de querer hacerlo, porque invita, no pone trabas al danzar, en torno a sus cuatros ritmos.
Estas razones, que pueden ser más en la medida que el lector quiera ayudarnos a fortalecer su dinámica, afincan una realidad cultural que nos hace privilegiados en el contexto nacional, porque el vallenato, por la razón fundamental de su espíritu, logró sobreponerse a tantas expresiones de rechazo, olvido, encerramiento y tantas otras razones que pudo darles el salto necesario para imponerse y sobresalir, ante tantas músicas locales que merecen respeto y admiración.
El vallenato está vivo, pese a que ha servido de conejillo de indias ante muchas raras invenciones de directores artísticos, músicos, gestores culturales, casas disqueras y quien traiciona sus sueños para tratar de mostrar a un vallenato descolorido, sin sabor, forma ni contenido, que por la generosidad del mismo ha aguantado ese embate que termina sacrificando la naturaleza misma de nuestra gran música, pero más aún quien trata de lesionar la intimidad del vallenato.
Le corresponde a esta nueva generación, pese a todo el ‘hibridismo’ que ha de encontrar en su camino, construir sus historias sin desprenderse del cordón umbilical de un vallenato que siempre ha competido con él y otras músicas, conservando sus instrumentos que no son los primarios en su nacimiento, pero sí los que reformularon una mejor manera de presentarlo.
Todos esos grupos generacionales permiten encontrar muestras que representan al vallenato primitivo, moderno y posmoderno, que consolidan la evolución en todas las formas de nuestra música, en el que sus diversos relevos generacionales avivan la llama vallenata.
Parece mentiras pero no hay en Colombia una música que tenga más dolientes que el vallenato. Nuestros sones, paseos, merengues y puyas, y los sonidos sonoros de sus acordeones, cajas y guacharacas lograron metérsele a la intimidad de las diversas provincias de la Patria, donde ella respira, huele y muestra orgullosa, a nuestra música como una identidad de la Nación.
Qué viva el vallenato y el Festival al que debemos cuidar sin proteccionismo, que podemos defender sin dictadura cultural, sin menoscabo de otras muestras de las diversas músicas que tiene Colombia. No dejemos que nuestros valores, nuestra música y el Festival se ensimismen y sobredimensionen, donde se confunda de mala manera sentido de pertenencia por un ego que no nos cabe en el cuerpo.
Por: Félix Carrillo Hinojosa / EL PILÓN