“Se acabaron esas noches de vigilia, ya no salen aparatos en los caminos”.
El aparte trascrito corresponde a ‘Costumbres perdidas’, canción de la autoría de Dagoberto López Mieles, incluida por los Hermanos Zuleta en el corte número 3 del Lado B, en el LP titulado ‘Pa toda la vida’, que fue presentado a consideración del público el 25 de agosto de 1980, vino a mi mente esa canción a propósito de la Semana Santa y sus misteriosas apariciones.
Es evidente en estos días de Semana Mayor que los tiempos han cambiado, anteriormente a donde uno llegaba solo se hablaba de ir a pescar en las quebradas, de mazamorras, chiquichiqui, potajes, harina de maíz y tamacas, de lebranches y quiebra de ollas, ahora solo se comenta de investigaciones, sospechas y terrorismo chismografico, los espíritus no están preparados para vivir esta temporada de guardar sino que parece que estuviera el alma colectiva en zozobra, con razón o sin ella.
La Semana Santa que inicia con la entrada de Jesús a Jerusalén, su pasión y su muerte y termina con resurrección, ha sido sustituida por meses de inseguridades, de calvario e inmerecida pasión para muchas familias, por eso ya como dice el disco “no salen aparatos en los caminos” como solía suceder cuando estábamos muchachos, hoy solo deambula por los pueblos, las calles, y escenarios públicos el fantasma imaginario y volador del oscuro avión de la Fuerza Aérea, con cuya presencia aterrorizan a sus conciudadanos que disfrutan con la desgracia ajena.
Mientras reflexionábamos sobre las cosas que suceden en los “días santos” actuales vinieron a mi mente misteriosos recuerdos de otros tiempos, algunos de mi niñez y otros recientemente sucedidos.
De mi niñez, no dejo de recordar aquella vez un jueves santo mientras conversábamos alrededor del fogón en la finca ‘El Castellano’, un grandísimo gavilán apareció frente a nuestros ojos, y se llevó consigo de un solo aterrizaje una grandísima gallina que tenía mi tía Margot y quedé convencido que ese animal vino de otro mundo y se llevó la inocente ave de corral a sus aposentos en el infierno, nadie me pudo convencer que era un acontecimiento normal y que solía suceder en el lugar, en la noche no podía conciliar el sueño porque pensaba que así como se llevó la animalita me pudo haber llevado a mí, y se repetían en mi mente como en una película los gritos desgarradores de la gallina en el aire pidiendo auxilio, y ni siquiera el disparo con escopeta de perdigones que le hizo mi tío Moisés la pudo salvar.
Por Luis Eduardo Acosta Medina