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Los angelitos que partieron: Confesiones de un periodista

Tal vez para algunos contar su propia historia detrás del cubrimiento de un hecho relevante para la sociedad se torne fácil. Para mí no lo es. Después de varios suspiros y caminadas por la Sala de Redacción de nuestro periódico, decidí hacerlo, sin importar que tan sensible sea para mí, tanto que mi piel se erizó y mis sentimientos se encontraron.

Pero no importa. Lo trascendental es llegar a este punto y desahogar con palabras un momento de tensión, de tristeza e impotencia como ocurrió aquel 28 de mayo en el municipio de Fundación, en donde 10 días antes una tragedia causó, lastimosamente, la noticia más impactante del año en Colombia; varios menores fallecieron luego de que el bus en el que eran trasportados se incinerara.

Desde el mismo momento del hecho quise cubrirlo, pese a que correspondía a la fuente Judicial, y no estaba a mi cargo. Cada día, cada noticia me aceleraba el corazón y quería estar más cerca de ese lugar que, sin estar en él, me causaba escalofríos. ¿Por qué? Desconozco la razón, sólo quería estar allí.

Nueve días después mis jefas; Yelene Cuan y Alba Quintero decidieron darme esa oportunidad. Me informaron: Merlin, mañana cubres el sepelio en Fundación. Sin dudarlo dije que sí y junto a mi compañero de reportería gráfica, Adamis Guerra, nos preparamos psicológica y mentalmente para ese desafío.

A las 4:00 de la mañana nos embarcamos en un bus, rumbo al lugar de la tragedia. En todo el camino no dejé de pensar en ellos, me imaginaba ese momento de desesperación, hasta le pregunté a Dios por qué, por qué ellos.

Paradójicamente la mayoría de los que nos movilizábamos en ese vehículo, íbamos para el mismo lugar: Fundación.

A las 6:00 de la mañana mi mirada divisó ese lugar, ubicado sobre la vía nacional. Allí, una vez me bajé del bus, las imágenes fotográficas en mi memoria comenzaron a hacer efecto, parecían diapositivas con audios inmersos donde los rostros de dolor no paraban.

Un nuevo suspiro apareció y un cierre de ojos me ayudó a ubicarme en la realidad, aquella donde se observaban a cientos de personas alrededor del sitio donde todo acabó para 33 niños, los que eran recordados con flores, carteles y velas. (De nuevo mi mente me hizo una mala jugada, pensé en mi hijo -tiene un año-, imaginé que a él también pudo haberle pasado eso y de inmediato un nudo se formó en mi garganta).

Lo siento… antes de seguir tuve que hacer una pausa, mis manos sudan frío y mis ojos se nublan.

Después de reaccionar, nuevamente, les sigo relatando ese instante tan doloroso para sus familias, para mí y para todo aquel que siguió de cerca esta tragedia.

De mi bolso saqué mi libreta de apunte, mi lapicero y el celular, con ánimos de tomar registro, pero no pude, mi mente sólo quería grabar ese momento sin ayuda de nada y así fue.

El tiempo trascurría, por los medios nacionales y locales, a los que estaban sintonizados los colombianos, informaban el paso de la caravana que acompañaba a 28 de los 33 féretros que venían de Barranquilla.

Fundación estaba de luto, indistintamente de radios y televisores, todo estaba en silencio. La ansiedad de verlos pronto se adueñó de cada ciudadano que esperó en la vía la caravana. Pero el momento se alargó, en cada población les rindieron homenaje y actos religiosos.

Mientras tanto Adamis y yo recorrimos gran parte de la población, divisando el panorama y observando lo que sucedía en cada rincón en donde estuvieron ellos, los pequeños, quienes seguramente jugaron por varios lugares. En el colegio en donde cursaron sus estudios una inmensa pancarta mostraba los rostros felices de cada uno, acompañados de cientos de velas, tal como sucedió en varias viviendas.

En ese recorrido llegamos a un hogar del Bienestar Familiar, en donde varios de esos menores eran atendidos. Allí mi reportero y yo encontramos a Yendri, de cuatro años, y Jackeline, de ocho, dos sobrevivientes de la tragedia. Ellas estaban en la vivienda 8-15 de la calle 21 de esta localidad.

Las pequeñas estaban a pocos metros de donde sucedió el siniestro, en el barrio Altamira. Ellas hacen parte de aquella familia que perdió a siete menores de los 10 que subieron esa mañana al bus. Cuatro hogares del barrio Faustino Mojica, donde se percibe la pobreza extrema, las casas son hechas de bahareque, madera o plásticos.

Para mí fue duro escuchar a esas inocentes criaturas que fueron afortunadas en salir ilesas de ese accidente. Yendri, quien perdió a su hermanita mayor, fue la primera en hacerlo, aunque su habla no era perfecta, me decía “mi tía Mary me sacó. Mi tía le dijo a Dianis, pero ella no salió”. En ese momento mi corazón se arrugó, al ver como en medio de su inocencia podía sacar fuerzas para recordar ese lamentable hecho.

Por su parte, Jackeline, con la cabeza gacha, tocando con los dedos de las manos sus pies, desviando la mirada, como resistiéndose a no hablar sobre el tema, lo único que pudo decir fue “me tiraron por la ventana. Yo salí corriendo para mi casa”, “el conductor del bus lo quemó”.

Su reacción era entendible, no sabía lo que pasaba, su mente trataba de encajar fichas para armar la historia de la tragedia, aquella que le ocasionó quemaduras leves en sus pequeñas orejas y la parte baja de su cabeza.

Luego de escucharlas decidí que era hora de partir hacia ese lugar que fue denominado Ángeles de Luz, el cementerio. Un río de gente llegó junto a los féretros. La multitud era tanta que nos perdimos, Adamis y yo tomamos lugares distintos, luego de una larga espera nos encontramos y en medio de ruegos y ruegos logramos entrar al camposanto, junto con otros medios de comunicación.

Poco a poco de los buses bajaban los familiares de los menores que minutos antes habían ingresado al cementerio en féretros blancos con letras doradas donde se plasmaron sus nombres, fueron dejados en una capilla y de ahí llevados al sitio donde reposarían sus restos.

Pero antes de esa conmocionada despedida hubo una ceremonia donde el llanto era inevitable y se confundía con el sudor, aquel que se incrementaba con las horas por el incremento de personas en el sitio.

El presidente Juan Manuel Santos y su familia hicieron parte de esa triste despedida, de la que minutos antes partí, porque debía buscar un sitio para redactar, pero debido a que todo el pueblo estaba en el cementerio ningún café internet estaba abierto, el comercio estaba solitario.

Un bus que duró en salir nos sacó de Fundación y en Bosconia decidimos bajarnos para buscar ese lugar en el que pudiera escribir la noticia del sepelio. Lo encontramos. 20 minutos fueron suficientes para hacer la redacción y el envío del material para luego tomar otro bus que nos trasladara de nuevo a la tierra del Cacique Upar.

Y así se logró un reto más en esta profesión de ‘verracos’, de luchadores, de personas que aunque algunos crean que no tienen ‘corazón’, sí lo tenemos, pero nos esmeramos por contarles objetivamente lo que en la sociedad sucede.

Por Merlin Johana Duarte García/EL PILÓN
merlin.duarte@elpilon.com.co

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