Un acuerdo es una negociación sin ventajas determinantes, marcado por principios benéficos para lograr un fin específico; es un contrato de compromisos con visos de ley, amparado por lo justo, no fácil muchas veces de manejar sin un buen criterio con la equidad, aún en circunstancias adversas de lo prometido como futura obligación contraída, y que aún bajo el uso de la palabra se valide y permita el cese de enfrentamientos entre las partes, además refrendado con las firmas del mismo para que la paz, en este caso, nos permita una existencia más placentera y sin temores determinantes que, aún con procesos por algunos malos entendidos de carácter menor, hagan del mundo un mejor lugar de vida, donde la convivencia, sin esperar un paraíso como tampoco un infierno, la cultura de la paz se convierta en valor determinante.
Un acuerdo de paz nos debe llevar necesariamente a tal objetivo y si ello no se da es por la falta de voluntades sin estímulos de tolerancia en donde la templanza no aparezca.
La paz entre malos no se consigue por las buenas y mucho menos con acuerdos baladíes que solo sirven de respiro al enemigo para tomar fuerzas auxiliadoras que permitan continuar los conflictos bajo presiones insólitas para reforzar la guerra; la paz se consigue con trabajo, con esfuerzo, con normas rígidas, con sensibilidad y justicia por intermedio de instituciones y sociedades probas comandadas por hombres probos con dolor y sentimientos de patria.
Un acuerdo, es un pacto, tratado, contrato, convenio, o resolución consolidada en la base de una corporación para lograr un fin específico o general en pro de la estabilización o mejoría de un conflicto.
Es la manifestación de voluntades para producir efectos benéficos enmarcados en lo jurídico, para así fortalecer las relaciones, que siempre serán positivas bajo las condiciones de convivencia y respeto y que, como fruto de un proceso de negociación formalizada, conduzcan verdaderamente al fin propuesto, a la paz total si así se requiere.
Por ello los acuerdos deben ser claros y precisos, sin ventajas absolutas para algunas de las partes, que no permitan manejar acomodamientos que traigan como consecuencias más inconformidades y recelos, como últimamente se ha venido dando en nuestro medio con los supuestos tratados de paz de los gobiernos populistas, manejados por políticas sin sentido de pertenencia, ni de bienestar, donde sólo ha imperado la voluntad inconsecuente de un puñado de desleales a las causas comunitarias.
En las supuestas guerras contra el Estado, que no han sido sino frutos del vandalismo disfrazado de guerrilla revolucionaria, los finales graves deberían conducir a procesos comedidos, donde la experiencia vivida sea la que dirija las actuaciones; no se puede permitir convenios donde la complacencia haga parte de los resultados por el temor de continuidad de las guerras en unos, y entonces procedamos a entregar lo que no es nuestro, como está sucediendo en los procesos actuales del país.
Muchas veces los golpes enseñan a resistir cuando la buena fe está bañada por esa sensibilidad social que enmarca al justo, más no al de las luchas armadas de las falsas ideologías en busca de los mal llevados acuerdos de paz, sólo para lograr una vida plausible para sus comandantes en jefe, que por los años vencidos mas no por sus pensamientos, no les importa el sacrificio permanente de sus peones en brega unos, como tampoco otros que nunca cederán a su vandalismo salvaje, pues viven una juventud formada por aquellos con la idea incesante en recoger frutos de cosechas que nunca han sembrado, quienes han buscado a través del terror y ahora con el poder que infiere la política, un camino sin rumbos y sin sacrificios.
Quien quiera la paz, simplemente que lo demuestre, no valiéndose de hechos punibles sin la sanción debida, sino de realidades benéficas para el futuro de los pueblos. Mientras le demos el poder a los payasos con caras de sensibles, el teatro de la farsa no acabará.
Las disculpas ni el perdón sirven para nada cuando los participantes en los acuerdos y entre ellos los gobiernos sin criterios, hacen lo que les da la gana dejando a un lado las normas de control social.
Si no se cree en la paz, ni en trabajar de la mano con el enemigo, entonces no plantees acuerdos. De nada van a servir; y mucho menos si no te alejas del odio y de la venganza acompañándote de la verdad y de la justicia, si no es así, no habría nada que hacer.
Fausto Cotes N.