Por: José Gregorio Guerrero Ramírez
Me refiero a esos años en donde mi corazón comenzaba a palpitar por el sexo opuesto. Fue una década que nunca dejaré escapar de mis recuerdos. Ver a las chicas con el copete de Alf; con hombreras para sobresaltar su elegancia, con apaches de colores, pescadores y blusones, caminaban como bailaban, tarareaban Isla para dos o de oro (como es trigueña tu piel…)
Era un pecado y hasta se corría el riesgo de quedar “out” por no asistir al bazar del colegio “Las Monjas”, era motivos de traumas y frustraciones, se tenía que esperar un año para superarlo.
Fue en esa época donde se me dio por empezar a escribir, y haciendo cartas de amor se me incrustó en las venas el bicho de las letras. Ella estudiaba en el colegio “Las Monjas”, y sagradamente nos escribíamos; yo le enviaba cartas con frases de Neruda, y ella me las respondía con la misma vehemencia. Un día comencé a darme cuenta que las cartas que yo le enviaba, no eran nada coherente con las que ella me respondía, y eso me preocupaba, ya que yo le hacia preguntas y ella me respondía cosas que no tenían nada que ver; hasta que un día frente a frente se lo dije, ella me miró con vergüenza, luego bajó su mirada, entonces me dijo: “lo que pasa es que no te entiendo la letra”; días antes me lo había dicho mi profesor de español Pedro Daza, cuando me entregó una previa y al entregármela me dijo “pobre novia suya con esa letra”.
Recuerdo a “Kiubo” el negocio que quedaba en el primer piso del hotel Vajamar, era enclave de enamorados, allí vendían tarjetas plásticas de amor, le llamábamos credenciales, entonces el trafico de credenciales entre colegios se incrementó alivio que brinda hoy la internet y los celulares. Aprendí en esos años que no solo morían los viejos, cuando me tocó ver tendidos a dos amigos a José Eduardo Acosta Lacouture (Firulo) un pequeño rubio de ojos azules, inquieto y querendón; y a Carlos Yamit no me acuerdo de su apellido.
Era ese tiempo en que yo creía que el primer amor era el último. La manada de coetáneos, salíamos a bailar a eso de las cuatro de la tarde, a minitekas que terminaban siendo diversión para muchos y negocio para pocos; castigo para otros, como en mi caso, que me encerraban en una biblioteca en donde reposaban cientos de libros y allí muchas veces maté mi impotencia leyendo El Quijote, La María, La Vorágine y otras obras más.
Mucho tiempo después, la fulana con quien yo me escribía cartas, me comenzó a ver como niño, pues ella era un tanto mayor, y fue tan descarada que me presentó una amiga de mi edad y me dijo “con ella si quedas bien”; fue en ese instante en que entendí que había que aprender a olvidar. Seguían los copetes de Alf en producción en línea; para esa época recuerdo fue cuando me hice inmune al ruido, pues en pleno salón de clases tenia un cajero en potencia a mi diestra (el mono Castilla) practicaba dándole al pupitre y otro a mi siniestra le aprendía los toques (José Mauricio Giraldo – el casi loco). Luego venía la guerra de pantis, las niñas nos mostraban de que motivo era el suyo, muchas veces era de HellloKittie, otros de fresita, muy pocas de Leonisa, a pesar de que Leonisa si es mujer; sin embargo fue en esa década donde la mujer comenzó a salirse del cascaron y a imponer su forma de pensar, creo y estoy casi seguro que fue allí donde dejó tirada la cadena del yugo del dominio del hombre. Veníamos de ver mujeres dedicadas a los oficios de la casa y en esa década salieron bandadas a educarse profesionalmente, y surge allí el “tu a tu” entre el hombre y la mujer. Aún vivimos una etapa de transición y muchos no han aceptado que la mujer tiene los mismos derechos del hombre. Es por eso y repito, fueron años bien vividos y difíciles de olvidar; tanto aún que décadas después llevamos esa marca.
Feliz fin de semana
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