Por: Jacobo Solano Cerchiario
Para nadie es un secreto que los negocios más rentables y que ofrecen mejores dividendos con menos esfuerzos son los ilegales, pero lo que está sucediendo en la carretera que comunica al Cesar con La Guajira es un drama; la ‘vía del infierno’, como ha sido bautizada, ha sido escenario forzoso de graves accidentes viales con numerosas víctimas fatales y heridos. La problemática se incrementa día a día y va más allá del ingenio de unas familias pobres con gran capacidad de rebusque. Hombres, mujeres y niños participan en la cadena de tráfico y comercialización del combustible. Como un vendaval, pasa la caravana de pimpineros, a la que nos hemos acostumbrado como parte del paisaje, pero que horroriza a cualquier persona que se detenga un minuto a reflexionar sobre el tema. En su afán de esquivar a las autoridades, la habitual y clandestina carrera fantasma se desplaza a grandes velocidades en obsoletos automóviles que ya deberían estar fuera de circulación, convertidos en verdaderas trampas mortales, atestados de gasolina y ACPM de contrabando, burlando controles e infringiendo cuanta regla de tránsito exista. Conducen completamente ‘trabados’, la inhalación del vapor de la gasolina tiene un gran parecido a los efectos del alcohol, puede producir excitación, euforia, alucinaciones, modificaciones de la conducta, visión borrosa, confusión, hasta perder el sentido. Estos suicidas, como sicarios, salen dispuestos a todo, incluso a encender en llamas sus vehículos como medida extrema, en caso de que la autoridad no los deje pasar; llevándose por delante todo lo que viene a su paso, incluso sus propias vidas. Poniendo en riesgo a la comunidad y a muchos inocentes, por la manera insegura y precaria de transportar, almacenar, manipular y distribuir el volátil combustible. Ya habían muerto atropelladas en Fonseca, un ama de casa y una niña en su bicicleta. En diciembre, una funcionaria de la Gobernación de La Guajira que viajaba en una comisión relacionada con su trabajo y un conductor, murieron calcinados. Esta semana, les tocó a una enfermera y a su hija, a un albañil, a un contratista y a un conductor de Villanueva, la próxima víctima puede ser usted o yo.
En La Paz, muchas familias convierten sus patios en bodegas de almacenaje o guardan los galones del ‘oro de Chávez’ en el interior de sus viviendas sin ningún control, muchas de ellas ubicadas a pocos metros de colegios, jardines infantiles, la iglesia y hasta del hospital; en la carretera nacional, sin recato alguno y desafiando a la muerte, se encuentran estaciones artesanales, cada 10 metros; un número considerable de habitantes lo asume como único medio de subsistencia; irónicamente, el sueño de un pacífico promedio es comprar un carro de estos con los que se pueden ganar hasta $400.000 diarios y ciertos policías, se pelean el turno para cobrar la vacuna en cada retén. La incompetencia y la negligencia de las autoridades viales y policivas y la incapacidad de la justicia para sancionar severamente a los transgresores son cómplices de esta conducta censurable, de otro modo no entiendo cómo llegan hasta el departamento del Cesar, donde este actividad es ilegal. Se necesitan acciones inmediatas. Al Gobierno Nacional y Departamental les corresponde intervenir con más rigor: estipular modelos recientes de vehículos, aptos y con la señalización adecuada para el trasporte de hidrocarburos, exigir revisión tecno mecánica y fijar horarios permitidos. Es preciso reforzar el pie de fuerza en las carreteras, imponer medidas de seguridad para bajar la alta incidencia de accidentalidad atribuida a este oficio y presentar propuestas audaces y creativas: un programa de reconversión socio laboral alternativo que contribuya a dejar de lado esta práctica lucrativa pero peligrosa; convocar a los mandatarios locales y departamentales comprometidos, para aplicar políticas represivas y hasta el Congreso para que el tema se incluya en la agenda legislativa. Si es necesario involucrar al Ejército, que se haga, pero esta rueda de la muerte se tiene que frenar, al costo que sea, no se pueden seguir perdiendo vidas valiosas todas las semanas.