“La gloria de los jóvenes es su fuerza; la belleza de los ancianos, su vejez”. Proverbios 20,29.
En estos días participé en un chat grupal con mis compañeros bachilleres 1973 del Colegio Loperena, nacidos en la década del 50, la mayoría pensionados ya; lo que me llevó a recordar nuestros años mozos y el encanto que cada etapa de la vida trae consigo.
Hace nada que estábamos jóvenes, comenzando a construir la vida, realizando el proceso de integración y soñando con ser mejores cada día para convertirnos en miembros útiles de la sociedad. Ahora, ancianos ya, con los achaques propios de la edad y terminando la carrera con el gozo de haber servido a nuestra generación, habiendo hecho las cosas bien como aporte a esa sociedad en la cual nos correspondió vivir.
La sociedad postmoderna privilegia la juventud. Contratos millonarios se pagan a los muchachos que sobresalen con sus habilidades para algún deporte. Las super modelos femeninas del mundo de la moda o la televisión son deseadas por multitudes de adolescentes que pretenden ser iguales a ellas. Los jóvenes talentosos para la música, dueños de transacciones astronómicas, son los que imprimen a su generación los valores y criterios acerca de la vida misma.
En Colombia la edad de jubilación es 57 y 62 años respectivamente. A partir de los cuales, la sociedad te hace a un lado y archiva, tornándote dispensable y fácil de reemplazar. En ese sentido, la vejez es vista como una condena. A partir de esa edad, no se tiene delante ningún otro desafío que esperar pacientemente la hora de partir en el viaje sin retorno.
Querido amigos Loperenos: La Biblia sostiene que cada etapa de la vida es especial. No hay una etapa mejor que otra, sino que cada una trae su propio encanto. Cada etapa trae consigo desafíos e incertidumbres propios, distintos a los que una vez tuvimos que enfrentar. Si pretendemos evaluar las etapas de la vida con el mismo criterio, algunas se convierten en indeseables.
La fuerza es la gloria de los jóvenes, la belleza de los ancianos es su vejez. No debemos invertir los procesos: si tomamos la gloria de la juventud y la aplicamos a la vejez, se torna muy triste. Perdemos día a día vitalidad y fuerza que en otro tiempo poseíamos con abundancia. Así mismo, si pretendemos conservar el cuerpo esculpido y el rostro sin arrugas y reluciente, nos estamos resistiendo tercamente al avance de los años. Dicen los más viejos: “Plátano maduro no vuelve a verde”.
Hoy, quiero rendir un homenaje a la hermosura de mis compañeros Loperenos 73 en su vejez. Como decía El Dañao: “Esto se acabó, esto va de medio día pa´ bajo”. Son más los años vividos que los que nos restan por vivir. Detrás de esas arrugas y esos cabellos canosos, hay toda una vida de experiencia, de luchas, de derrotas y victorias. Puedo observar en sus rostros que en cada uno hay una historia que merece ser contada. De sus errores y aciertos hay lecciones que podemos aprender. Les debo mi aprecio y mi respeto porque han corrido con perseverancia la carrera de la vida.
Mientras más se acerca la hora de la partida, peleemos la buena batalla, acabemos la carrera y guardemos nuestra fe; mientras esperamos la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y salvador Jesucristo.
Un abrazo fraternal, con el cariño de siempre.