Es inocultable que el país está dividido en tres fuerzas políticas que las aglutinan Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe y Gustavo Petro; prácticamente todos, sin partidos políticos o sería mejor decir que ninguno milita en partidos tradicionales sino en partidos de “garajes”, creados de manera mañosa, recolectando firmas, un adefesio jurídico insertado en la democracia colombiana, como también lo fue el de las Farc.
Digo tres para descartar de un plano a Fajardo, de tener opción a una segunda vuelta. Fajardo también está representando ese mercantilismo de las firmas, que nunca se ganaron en las urnas, con una abstención electoral que está “volando”, según la Registraduría, por encima del 59 por ciento en el 2014.
La abstención electoral es lo peor que le pasa a la democracia, manifestación de abstención que debería ser analizada por los políticos y por el propio gobierno, para encontrarle solución. Sin embargo, en su pobre interpretación, el político colombiano considera que la abstención electoral le conviene porque debe hacer menos esfuerzo para obtener los votos.
Es obtusa esa forma de hacer política en un país en donde el Presidente tiene el 75 por ciento de no aceptación y en donde los ciudadanos sacan a patadas y rechiflas a los candidatos como a Iván Duque y Vargas Lleras, del oficialismo.
Ahí hay un malestar que está alienando la democracia colombiana, porque un país sin partidos políticos que se jacta de tener una democracia en donde solo participa el 40 % de los ciudadanos, es una democracia proclive a un Golpe de Estado de los militares.
La malversación de la democracia en Colombia es un daño que ya hizo metástasis, obvio que hay una congruencia de factores como la abstención principalmente, la corrupción de los políticos, la intromisión del poder en la cosa pública y la herencia del poder político: senadores vitalicios, hijos y nietos, esposas y esposos, hermanos y familiares que se juntan para saquear al país.
Pero no solo los políticos están acabando con lo poco que queda de la democracia colombiana, no. También están los colombianos que no les importa el país sino la lámina der zinc, los cien mil pesos, el ciento de ladrillos y sacarle el mejor provecho a su voto: vendiéndolo.
Fui a escuchar a Gustavo Petro a la plaza Alfonso López y miembros de su logística estaban vendiendo gorras a $25 mil y camisetas a $15 mil, del candidato. Eso me sorprendió, porque que yo sepa ningún candidato vende gorras ni camisetas: las regalan. Eso es lo que va de Petro a Vargas y a Duque. Hasta la próxima semana.
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