Los colombianos atravesamos por una especie de encrucijada por parte de la clase política del país, cada quien tirando por su lado y en persecución de un ideal que se apuran por conquistar con mentiras, engaños y con alevosías. Pareciera que no importa la herramienta que se use para obtener beneficios propios y familiares en detrimento de todos.
Les cuento que a comienzos del 2016 yo estaba en pleno ejercicio en la “construcción” de mi Tesis Doctoral en Ciencia Política; recuerdo que confeccioné una entrevista estructurada de más de 15 preguntas que respondieron Álvaro Uribe, Carlos Holmes, Alfonso Araujo y un miembro del MOE.
El peso de sus repuestas fue claro y muy protuberante para el tamaño de mi investigación sobre la abstención electoral y comportamiento electoral en Colombia. Incluso, con mi tesis complementé un libro que escribí y acaba de ser editado por la Universidad Popular del Cesar, denominado: “La abstención como manifestación de democracia”, pronto haré el lanzamiento.
Al recordar varias lecturas de nuestra historia política en el país, veo que solo han cambiado nombres y fechas (muchos apellidos se repiten). Ya sabemos de dónde vienen Paloma Valencia, Alfonso López Michelsen, Carlos Lleras, los Galán, los Gómez, los Santos y regionalmente también son los mismos. Todos ustedes saben a quienes me refiero.
Lo atípico de todo esto es que voy a terminar hablando de lo mismo que hablan ellos: de Uribe, de Duque y del ‘castrochavismo’.
Mencioné las entrevistas para hacer referencia de lo que pasa en Colombia como una continuidad de odios, resquemores, persecuciones, anarquías y colores políticos. Ya sabemos que los bisabuelos y abuelos de quienes hoy son congresistas, ministros, embajadores y presidentes de Colombia, se reunieron (1958) y crearon de manera verdulera el Frente Nacional para alternarse, cada cuatro años, el poder liberal y conservador. El cambio es solo de caras, los apellidos siguen iguales y la corrupción galopante, sigue la exclusión.
No sorprende que hoy el eterno senador Efraín Cepeda defienda las políticas neoliberales, mientras que Roy Barreras y María del Rosario Guerra se dan “pataditas” frente a la unión de los partidos.
Incluso, todos sabemos por qué asesinaron a Jorge Eliecer Gaitán y le “robaron” las elecciones al general Gustavo Rojas Pinilla, para dar como ganador a Misael Pastrana Borrero.
El país está peor que aquella época reciente, cuando desde Palacio de Nariño se comunicaban con Tirofijo para fijar posiciones políticas y administrativas.
En Colombia hay dos aguas: una que dominan unos conglomerados en donde se cocinan los verdes, los humanos, a veces los liberales, otras veces los conservadores y la otra parte que traza Álvaro Uribe.
Los dos grandes conglomerados tienen algo en común: practican el ‘castrochavismo’, a su manera. De un lado, Uribe y su recua satanizan a la JEP y del otro Iván Cepeda atiza el fuego. Uribe y Cepeda tienen algo en común: sus padres fueron asesinados por fuerzas contrarias.
Unos quieren acabar con la JEP para que no se sepan verdades y otros quieren que se mantenga para lograr establecer vínculos. Pero el gobierno plantea su disposición hacía un sector político en busca del poder omnímodo.
No queremos ver a un Uribe vociferando y tratando con el bajo mundo de las cárceles ni despotricando contra otros porque no lo siguen. Pero tampoco queremos ver a quienes también mancillan honores.
Aquí lo que tenemos son dos sectores que tratan de imponer criterios. Que Uribe y la alternativa no pretenda la anarquía, es lo que deseamos los colombianos. Hasta la próxima semana.