La familia hoy se mueve en un tráfico pesado y bajo un aguacero de problemas sociales. Lo grave es que a menudo sus conductores, los padres, sabemos manejarlo cuando todo marcha bien, pero ante las “varadas” que ahora son frecuentes, somos tan ineptos.
Las relaciones familiares son un motor muy complejo que hay que estar sincronizando con maestría para que funcione bien. Así como un carro necesita mucho más que gasolina para andar, una familia mucho más que casa y comida para marchar adecuadamente.
No podemos perder de vista que hoy los hijos se están desarrollando en un ambiente social que amenaza su integridad física, su conducta social y su proceder moral y por lo tanto, cualquier deficiencia en las relaciones familiares puede precipitarlos a fallas con consecuencias irreparables. Una relación de pareja se puede recalentar y llegar a “fundir” cuando se le exige más de lo que sus partes están preparados para dar y, como consecuencia, todo el sistema se puede lesionar. Pero golpeando lo primero que se nos ocurre, sin saber por qué, lo que se logra es dañar lo que andaba bien.
Hoy más que nunca, formar una familia que transite como toca, es una sociedad que no sabe para dónde va, es todo un desafío que exige documentarnos para conocerla y saber qué alternativas tenemos para repararlas. Si bien es cierto, no tenemos mayores peligros y problemas, también hoy contamos con mayores recursos de los que hubo en el pasado cuando el ambiente era más tranquilo y estructurado.
Los avances que han hecho las ciencias de la conducta en los últimos años son sorprendentes y gracias a su difusión tenemos acceso a esas informaciones a través de muchos libros. Su lectura nos permitirá, además, disfrutar más del amor. Enseñanza, satisfacción y alegría que nos ofrece la grandiosa experiencia de ser padres.
Y como es mi costumbre, trataré otros temitas: Me preocupa que el secuestro que se creía totalmente erradicado vuelve de regreso en el país. En pocos días hemos sido sorprendidos con las informaciones de prensa sobre algunos secuestros. Es un doloroso flagelo que nos golpea y avergüenza. El delito de nuevo azota, no lo podemos desconocer ni esconder.
No podemos seguir indiferentes ni ante el secuestro ni ante otras manifestaciones brutales de violencia. Debemos actuar rápido y ojalá que el secuestro no llegue al Valle.
Otro de los temas que me preocupa sobre las noticias que a diario da la prensa es sobre el abuso sexual de menores. Ya en sí el abuso sexual constituye un acto repugnante, un delito de severísimas sanciones, pero el hecho de que buena parte de los perpetradores de esta aberración sean los propios padres de los niños, o los padrastros, o familiares cercanos, o sus mismos profesores, traspasan los límites de la infamia, exige un castigo severo y además una profunda reflexión para establecer en qué aspectos de la educación se falla para que ocurra semejante barbaridad.
Por Alberto Herazo Palmera