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Lo pasaron a pieza (Isquemia. Fascículo cinco)

Po: Jarol Ferreira Acosta

 

“Ante nosotros se extendía un complejo panorama de gran belleza.” Andrés Caicedo

 

Dentro del mundo de las expectativas por la recuperación de tu papá enfermo en una clínica pocas expresiones representan mayor señal de mejoría que la frase, intercambiada con quienes antes coincidiste en la sala de espera de la UCI: “Lo pasaron a pieza”. Señora: ¿Oiga joven, y su papá como sigue? Tú: Mejorando, muchas gracias. Entonces viene la frase, esta vez en forma de pregunta. Señora: ¿Ya lo pasaron a pieza? Tú: Si señora, a las tres quince; cuando quiera pase a saludar ¿y su familiar cómo sigue? Señora: Pues todavía en UCI, figúrese. Ya le hicieron traqueotomía. Tú: … lo siento, pero ¿le dicen que se va mejorar con eso? Señora: Pues sí, pero que hay que esperar, que por lo pronto está estable pero que hay que ver cómo reacciona al tratamiento. Tú: Espero que mejore pronto. Y afanas el paso, para cortar con la conversación y terminar de subir la rampa que te lleva al piso del cuarto donde ahora está instalado tu papá. Habías bajado a las caseticas de jugos de frente a la clínica, a tomarte uno de mora con leche, de desayuno. Te habías enterado, oyendo sin querer el comentario que un endocrinólogo hizo a una nutricionista mientras pasabas, que con un vaso de leche una persona puede vivir todo el día sin faltas de nutrientes para el buen funcionamiento de su organismo.Pensaste que eso sería así si se tratara de leche pura de vaca y no de las aguadijas aumentadas con suero que venden las marcas de lácteos que distribuyen el fruto vacuno en el país.

 

Flaca. Así le dicen sus clientes a la muchacha que atiende uno de los puestos de jugos callejeros de frutas con esmog de las caseticas de frente a la clínica. Tiene tatuada, para camuflar una cicatriz, una flor sobre la ingle expuesta por la ombliguera. Tú: Oye Flaca, le dices, mirándole la flor que cubre la hermosa cicatriz, dame uno de mora con leche; de dos mil, y un dedito de queso. Ella exhibe su espalda con una voltereta de cine que te hace pensar: “esta flaca es perfecta, podría uno venir a grabar horas de imágenes desde diferentes partes del interior del negocito, desde la calle o desde la ventanita de la habitación de la clínica donde mi papá espera mientras salí por el juguito, para reponerme y tener ánimo para lo que el nuevo día traerá en términos de angustias, esperanzas y sin sabores.” Tú: Gracias Flaca ¿cuánto te debo? Flaca: Son dos mil pesos del jugo y mil por el palito de queso. Le pagas, cruzas la calle, llegas hasta la recepción de la clínica, hablas con el portero y la portera; ambos te conocen de tanto tiempo que llevas entrando y saliendo del lugar, en la espera de la recuperación de tu papá. La portera te dice, como para animarte: Huy joven, pero usted mejor dicho ya se mudó aquí con nosotros. Te conmueve saber que le deben más de tres meses de sueldo y aún así quiere animarte. Le exprimes una sonrisa a tu cara, para no pasar por mala gente porque se ha portado bien contigo, y sigues hasta la escalera que te lleva a la rampa que conduce al tercer piso, ya que el ascensor es para lisiados y el personal de la clínica. Tropiezas con una señora que conociste en la sala de espera de la UCI: ¿Cómo está su familiar, ya lo bajaron a pieza? Tú: Si señora, gracias. La evades. Se acaba la rampa y empujas la puerta de vaivén que separa el medio ambiente exterior del pabellón del tercer piso. Saludas al personal médico, que levanta la mirada desde los monitores de su puesto de cómputo. Giras a la izquierda, caminas por un pasillo estrecho. Un pasillo de luz artificial, de olores antibióticos y de sonidos bajos pero fuertes; el pasillo que te lleva hasta la puerta de la habitación tres quince, donde tu papá te espera, dormidito por los medicamentos…

 

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