Ver morir a los padres es muy lamentable, como le ha sucedido a muchos de nosotros, se confunden los sentimientos y los tiempos.
Los padres encierran en nosotros emociones, valores, retos y pasiones. Me toca hoy tratar de descontextualizar este escenario de la vida en familia, del hogar, para que no se deje de parecer a cada núcleo familiar.
Mis padres: Dominga Zuleta Ramírez (1920 – 1998) y Aquilino Alejandro Cotes Calderón (1920 – 2016) manaureros-pacíficos, tuvieron 14 hijos: 11 hombres y 3 mujeres. Hoy vivimos 10.
Es verdad que los padres buscan mejores horizontes para sus hijos y hasta empeñan sus vidas para que sean como ellos. Si este espacio fuera más amplio seguramente podría manifestar qué felices han sido todos los padres con sus hijos. Pero excúsenme, hoy trataré de no hablar de los hijos. Indudablemente, esta pasión de los padres por sus hijos es como una enfermedad viral, como suele decir en el mercado de Valledupar Herney Arévalo Arciniegas, vendedor de verduras.
A uno le podría faltar vida para poder ser como los padres. A mí me está sucediendo eso, quisiera seguir aprendiendo de mi mamá y de mi papá, para brindarles a mis tres hijos lo que yo no pude asimilar.
A uno le queda faltando como hijo esa vasta experiencia de los padres, esos conceptos intrínsecos que seducen a cualquiera. La forma de narrar sus experiencias, todos sabemos que combinan maravillas y realismos mágicos para hacerse los mejores; pero le queda a uno la amargura de no poder actuar como los padres ni muchos menos llegar a la sapiencia que ellos llegaron.
Nuestros padres si saben amar y casi nunca les retribuimos su apego, su osadía y su gallardía.
Qué bueno sería que nuestros padres no murieran. Confieso que sueño con mi mamá y ahora veo a mi papá, juntos, pendientes de sus hijos. Seguramente que ustedes también sienten ese deseo de abrazar a los padres y decirles coquetamente en el oído ¡te amo!
Me gustaría saber cómo hacen papá y mamá para que los hijos estén conformes, que sean felices en diciembre sin tener ropa nueva que estrenar, ni un juguete del niño Dios.
Es que vivir en un mismo techo 14 hermanos no es cosa fácil para los padres, pero a mí me queda la confusión de qué hablábamos todos en una noche sentados en la puerta de la calle, en plena reunión familiar. Había un liderazgo que ellos impulsaban. Los padres no son temerarios; ¿qué va?, ¡son intrépidos!
También tienen miles de anécdotas para contar, que seguramente arrancarían hilaridad entre nosotros. A mí me quedaron muchísimas: una vez mi mamá encendió un cigarrillo que le brindó su sobrino Álvaro Zuleta y ella nunca había fumado. Después me dijo que lo hizo por respeto a su sobrino, pero nunca más volvió a fumar, eso tiene valor, eso es grandeza.
En cambio, mi papá me contó la vez que curó en Manaure a un trabajador de la finca de su compadre y cuñado Rudecindo Daza. Le hizo creer que unos cagajones secos de conejo eran pastillas recetadas por el doctor Ciro Pupo Martínez y lo sanó, ¡qué ocurrencia!
Le queda a uno de la vida de los padres sus enseñanzas, las mismas que nosotros deberíamos aplicar en nuestros hogares, como componente fundamental de la vida. Parecernos a nuestros padres es continuar desarrollando los valores, los sentimientos y los patrones culturales de sus vidas. Hasta la próxima semana.