El pasado domingo 6 de febrero en la madrugada, a eso de las 2.13 a.m. un fuerte sacudón sorprendió a los habitantes de este pedacito de tierra; la reacción de la gente en estas situaciones son diferentes, desde luego.
Desde la óptica de los que saben de este tema: “La tierra está lejos de ser estable, púes el planeta responde a otras fuerzas y movimientos en su superficie y en su interior.
Parece ser sólida e inmutable la mayor parte del tiempo, pero eso es tan solo una ilusión.
Bajo nosotros, enormes pedazos están constantemente moviéndose; el suelo siempre está cambiando, estirándose y tambaleándose.
Y nuestra creciente comprensión de estos fenómenos está dando lugar a un mejor conocimiento sobre cómo funciona nuestro planeta”.
Eso es cierto y puede responder de una manera especial a lo que científicamente es, el origen de los temblores, sismos, terremotos, tsunami, por ejemplo.
Pero no es menos cierto que cada vez que esto sucede nos genera pánico. Sufrimos.
Y así lo evidencié esa madrugada del domingo, que me desperté sobresaltado y extrañado por aquel ruido espantoso que me hizo recordar el terremoto del eje cafetero, que tuvo como epicentro la ciudad de Armenia, ese fatídico 25 de enero de 1999. Hace 23 años.
Recuerdo de manera especial ese episodio que me marcó, yo vivía en la ciudad de Ibagué, en un apartamento del quinto piso y al lado una edificación de más de 12 pisos; fue tortuoso ver como se comenzaban a agrietar las paredes de lado a lado, cuando el edificio vecino golpeaba el mío en ese vaivén tétrico.
El ruido ensordecedor me paralizó infamemente; a la vista el centro de la ciudad con todos los edificios moviéndose cual gelatina y esperando de mí parte ver su caída. Afortunadamente no fue así
Fue cosa de segundos que parecieron una eternidad. Allí en Ibagué fue solo susto. Pero el terremoto afectó la ciudad de Armenia en un alto porcentaje, muchas casas y edificios se vinieron abajo y hubo más de mil muertos y muchísimas personas heridas.
Estos hechos, y muchos otros, producen en el ser humano una sensación de temor absoluto ante los fenómenos naturales, que cuando se presentan no queda otra alternativa que rezar y pedirle a Dios nos proteja.
Dios nos mire con ojos de piedad, nos cuide y aleje de la faz de la tierra, especialmente de nuestro pedacito amado, Valledupar, esos fenómenos que nos sacuden el alma.
Pero aquí viene algo importante, pues no debemos dejarle toda la responsabilidad a Dios, recordemos que
algunos factores que generan los sismos, temblores y demás, es precisamente por la mano destructora del ser humano.
Cuidemos la naturaleza, ríos, valles, llanuras y cerros; sembremos más árboles. Hay que proteger el ambiente entero, seamos más responsables con el río Guatapurí, el río Cesar, la Sierra Nevada, la serranía del Perijá, protejamos los humedales, menos fracking, no a la explotación de carbón por una miseria de regalía que en nada se compara con el daño que le hacen al ecosistema.
El día que haya conciencia de verdad en el cuidado que debemos darle a la tierra, ese día las cosas comenzarán a ser diferentes… se nos acaba el agua y el agua es vida. Sólo Eso.
Por Eduardo Santos Ortega Vergara