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Llegó la plata

Tamalameque, Cesar.

El jueves me encontraba en la calle principal de mi pueblo, cerca del Banco Agrario, y vi parqueado en la puerta de esa entidad un carro de valores de la Brinks y, por esa misteriosa ley de la asociación de los recuerdos del pasado con imágenes del presente, llego a evocar algunos pasajes vividos hace algunos años por estos pueblos de Dios.

Mi pueblo tenía (y sigue teniendo) una sola entidad bancaria, hoy El Banco Agrario y antes, lo mismo, La Caja Agraria. Cuando el conflicto armado se hizo común y recurrente en el departamento del Cesar, cuando la guerrilla hacía retenes diarios en la carretera, cuando el enfrentamiento con el ejército se daba en la carretera “Vía al mar”, cuando el ejército disparaba desde la parte izquierda de la vía y la guerrilla desde la parte derecha, cuando vivimos en el fragor de esos combates y que temíamos una toma guerrillera en nuestros pueblos, se daba un caso curioso producto de esta circunstancia.

El Banco Agrario no podía mantener en sus arcas mayor cantidad de dinero, por temor a ser atracado por la guerrilla, entonces los gerentes tenían la obligación de llamar a Valledupar, avisando que habían llegado al tope de los depósitos y venía un helicóptero a llevarse el dinero del Banco hacia la capital o a diseminarlo en las otras sucursales donde hacía falta. Esto ocurría en Tamalameque rara vez, pues las cuentas habientes que depositaban grandes cantidades no existían, solo uno, La Codi Mobil, que tenía una planta de abasto en Puerto Bocas.

La Caja Agraria funcionaba bien casi todo el tiempo, pero a finales de cada mes, en los días en que el municipio pagaba nómina y este pago coincidía con el del hospital local y, peor aún, cuando le pagaban a los maestros, la caja Agraria se quedaba a medias en los pagos y los usuarios empezaban a crucificar con críticas al gerente local. Se volvió casi que rutinario que a nuestro pueblo llegara un helicóptero con el dinero para la Caja Agraria. Dicho helicóptero, circunvolaba al pueblo dos o tres veces para avisarle a la policía que había llegado y así montaran un operativo de escolta en el sitio donde aterrizaba, ahí sacaban las tulas de dicho aparato y la embarcaban en un campero con la policía hasta el banco.

El sobrevuelo no solo alertaba a la policía, sino que alborotaba a niños y muchachos del pueblo que se escapaban de sus casas o de los colegios y corrían en grupos hacia el campito del Mercadito o hacia la Cancha San Miguel, espacios abiertos donde aterrizaba el helicóptero. Allí, contenidos por la policía esperaban el aterrizaje de dicha maravilla voladora y cuando apagaban los motores y la policía partía llevando el dinero, el piloto permitía acercarse al aparato para que los niños y muchachos lo vieran de cerca. En ese momento, los pelaos discutían sobre dicho aparato, otros soñaban con ser sus pilotos o pasajeros.

Se volvió común de parte de los moradores del pueblo que, cuando escuchaban el ruido del helicóptero que se avecinaba y comenzaba el sobrevuelo por el pueblo, la gente gritaba alborozada: “¡Llegó la plata!”. Eran momentos de actividad febril, los tenderos sacaban las libretas donde anotaban sus ventas a créditos, otros desenganchaban de un clavo en la pared, los papeles u hojas de cuaderno donde anotaban los fiados de sus vecinos, los dueños de almacenes hacían lo mismo, amén de los cantineros y carniceros que proveían a los empleados de los productos que fiaban, hasta las putas se alborozaban por la llegada del dinero.

Éste era el momento propicio para que tenderos, dueños de almacén, carniceros, modistas, cantineros y demás comerciantes del pueblo actualizaran sus estados de cuentas y prendieran sus alarmas sobre la morosidad de algunos de sus clientes, separando los recibos recientes de los que se habían añejado por las malas mañas de clientes mala-pagas. De todas maneras, el grito de aviso entre vecinos se volvió costumbre en ese entonces y las mamás regañaban a sus pequeños o los encerraban en el cuarto para que no salieran a ver el helicóptero, lo cual era infructuoso, pues los chicos burlaban el encierro y la vigilancia y se escapaban a ver el espectáculo del ese pájaro mecánico.
Qué grato recordar ese grito: ¡Llegó la plata!

Por: Diógenes Armando Pino Ávila

Categories: Crónica
Periodista: