Caminando por la carrera novena de Valledupar me encontré con un vendedor ambulante de aguacates que con gran esfuerzo empujaba su carreta, la cual llevaba en varias partes muy clara la publicidad de Gustavo Petro y Francia Márquez, me llamó la atención el hecho porque en voz alta le contaba a un potencial comprador que se dirigía al barrio Novalito, donde tenía muy buenos clientes, pero que en días pasados había vivido una situación incómoda cuando expresó su posición política, ante el propietario de una lujosa camioneta que intentó seducirlo con una camiseta y una gorra del candidato uribista, Federico Gutiérrez.
Queriendo conocer un poco más la historia, me acerqué y lo felicité por públicamente identificarse con sus candidatos, muy a pesar de, como anteriormente lo había expresado, ir en contra de quienes diariamente le compran sus productos, para de allí obtener el mínimo vital para su familia. No me dejó terminar.
Interrumpiéndome con una honesta lucidez que envidiaría cualquier reputado estadista de los altos círculos políticos del país, me dijo que sus clientes le compraban frutas, verduras y todo lo que le podía echar a su carreta de acuerdo a la cosecha, porque ellos las necesitaban, así como él necesitaba de los pocos pesos que su ejercicio le producía. Un simple intercambio comercial concluyó.
Seguí caminando, inmerso en mis pensamientos y en lo afortunadas que serían las decisiones políticas si cada uno de nosotros tuviera la dignidad de este ciudadano, interpretando con entereza, valentía, de pie y mirando de frente, nuestra importancia individual dentro del sistema productivo y venta de servicios, cada vez que se trate de escoger libremente el ala política de nuestras preferencias. La prestación de un servicio no puede ser nudo indisoluble de un apoyo político.
En este contexto no existirían los dirigentes que sin escrúpulos ofrecen al mejor postor sus colectividades, apartándose de su ideario político y plataforma programática, porque simplemente les interesa poner a salvo de la amangualada justicia a sus vástagos o porque aspiran a reservarles cargos públicos de prominencia conseguidos en una mesa de negociación, porque con el solo talento e inteligencia sería imposible.
En el mal llamado ajedrez político, que no es nada diferente a un tire y jala de intereses muy personal de los negociantes, quedarían por fuera las bases populares que somos quienes realmente tenemos el peso democrático en una elección. No habría mercenarios del voto, por lo que los grandes negocios de las altas esferas del poder carecerían de vinculación colectiva.
Estas ilusiones hoy pueden parecer una utopía e incluso materia de discusión con quienes defienden la ‘disciplina de perros’ que profesan los devotos a las altas dignidades de los partidos políticos, pero en realidad lo que sí son es el camino para que verdaderamente la democracia exista como expresión válida de un pueblo que entrega electoralmente un mandato, convencido de que la inspiración de sus decisiones será el beneficio general y no el interés económico particular. Los entes territoriales no pueden seguir siendo un feudo que se ordeña inmisericordemente como un botín secuestrado por bucaneros caribeños.
La anécdota de este hombre de a pie nos enseña el deber ser en una democracia madura; independiente al poder económico, a las armas, a las presiones clientelistas y a todos los elementos siniestros que anquilosan en unas cuantas familias la sucesión del poder. Afortunadamente en el departamento Cesar cada día hay más vendedores de aguacates, con dignidad para soñar con un futuro incluyente que nos beneficie a todos, atrévete tú también a dar el paso del cambio. Fuerte abrazo. –