En nuestra historia política se acuñó el término ‘castrochavismo’ para graficar la tendencia ideológica a la que le endilgan la crisis económica en Cuba y Venezuela. Su invención se hizo con fines electorales, en claro interés de circunscribir el favor popular a la inmemorial derecha, que en sus diferentes liderazgos nos ha venido gobernando. Es así que, por miedo, los colombianos votamos y seguimos votando por candidatos de disímiles facciones, pero que al final resultan siendo lo mismo, a pesar del arco iris ideológico que según ellos representan.
La efectividad electoral hizo que el sofisma se intentara exportar a la elección presidencial de Estados Unidos y fue así como los amigos del gobierno, en una equivocada e imprudente estrategia, pretendieron influenciar al pueblo latino a favor de su afín candidato republicano, mediante la acostumbrada exacerbación de pasiones y miedos que soslaya cualquier propuesta programática, por muy bien intencionada y estructurada que sea, con solo escuchar la palabra ‘castrochavismo’.
Entonces graduaron de castrochavista al demócrata Joe Biden, según ellos, porque había manifestado su beneplácito con el proceso de paz colombiano, con el uso de energías limpias, con la promoción y respeto por la diversidad y con toda una serie de iniciativas que a nivel mundial se desmarcan de los obsoletos modelos económicos, poniendo el capital al servicio del ser humano y no al contrario como normalmente se ve y se sufre en los indolentes sistemas, que sacrifican las condiciones básicas de supervivencia de la mayoría de ciudadanos a favor del enriquecimiento de unos pocos.
Y de verdad que influenciaron, no tanto a la masa votante sino a la dirigencia política que se ufanaba de representar a la democracia más importante del mundo, pero que con el deplorable espectáculo que ofrecieron en los últimos comicios, deformaron la historia para quedar relegados a un remedo ‘democrático’ tercermundista, vulnerable a factores externos, muy diferentes a la transparente expresión del pueblo.
Afortunadamente ganó el mundo y aunque los cambios que se esperan no van a ser tantos, porque la política de Estado del coloso del norte es una sola, indistintamente de quién sea su presidente, sí van a cambiar los modos y formas como una gran potencia articulará sus políticas internacionales en cada país.
Por esto el presidente Biden firmó el mismo día de su posesión 17 órdenes ejecutivas y otras directivas, en el claro propósito de desmantelar las políticas de gobierno de Donald Trump. Entre las que se pueden contar el restablecimiento de la membresía en la Organización Mundial de la Salud, la detención de la construcción del muro en la frontera mejicana, el reingreso a los Acuerdos Climáticos de Paris contra el uso de combustibles fósiles como el petróleo, carbón y gas natural, la no discriminación por orientación sexual y medidas económicas para aliviar la crisis de la pandemia del coronavirus, entre otras.
No encuentro en ellas las prevenciones del repudiado ‘castrochavismo’, impulsadas en la calamitosa situación venezolana, que es con la que más nos asustan. Por el contrario, lo que veo es una invitación a salirnos del tan nombrado ‘castrochavismo’ en que nos tiene sumida la política tradicional, por cuenta de nuestra dependencia económica del petróleo y el carbón. Hoy desde Estados Unidos lo que se pretende es desmantelar la economía dependiente de la extracción de los recursos naturales, cero fracking, con ejercicios de manufactura ambientalmente sostenible y amigable con la producción nacional, preferentemente en la pequeña y mediana empresa.
O sea que el ‘castrochavismo’ no llegó a Estados Unidos, solo vive entre nosotros y sin miedos debemos enfrentarlo electoralmente. Un abrazo.