Por Oscar Ariza
Hace un poco más de dos siglos, un grupo de connotados suramericanos se levantaron en armas luchando por la libertad y la defensa de los derechos de quienes vivían en las colonias americanas dominadas por el imperio español.
Todos ellos lucharon por un ideal que costó miles de vidas, consiguieron independizarse, pero pronto olvidaron su papel de defensores de la libertad para pasar a oprimir a quienes quedaban bajo su gobierno. Esa herencia de odios y malquerencia ha venido manteniéndose como justificación para exigir cambios que a la larga han terminado sembrando más odios y polarizaciones.
Un día los hermanos americanos empezaron a disputarse el poder, a sembrar odios entre ellos mismos y ese ideal de una nación soberana e indivisible de Bolívar fue esfumándose por las esquinas de las grandes casonas de aquellos que planeaban el futuro de la gran Colombia desde sus resentimientos y ambiciones personales.
Un siglo después, muchos campesinos se levantaron en armas a través de toda la geografía continental para protestar frente a la injusticia y la desigualdad; sin embargo, los Estados en su absolutismo terminaron persiguiéndolos y ellos, atacando también bajo el argumento de la legítima defensa. Lo cierto es que los odios terminaron polarizando a los países, y sembrando más resentimientos entre quienes tenían ideales de izquierda y quienes estaban en la derecha.
Muchos hombres; ilustres pensadores y gente común, amantes de la reconciliación perdieron sus vidas buscando una nación distinta, amorosa y respetuosa de la gente, pero la guerra y los odios siguieron, y aún siguen sembrados en quienes no aceptan que nuestro continente y en especial Colombia goce de paz y de reconciliación.
Colombia se ha debatido desde hace más de cincuenta años en una guerra absurda que aún sigue sin arrojar ganancia en ninguno de los bandos que la padece. Hoy los odios están más vivos que nunca y lastimosamente muchos de nuestros líderes y connotados políticos siguen avivando la llama del odio y desprecio, porque no hay deseo de reconciliación sino de venganza.
Hoy se plantean diálogos de paz, la guerrilla anuncia cese al fuego, el gobierno hace esfuerzos por alcanzar la paz, y otros disparan su veneno desde las redes sociales, y tribunas políticas, más soñando en un país en guerra para justificar su campaña, que en la necesidad de servir.
Esos políticos de corazón lastimado deberían echarle un vistazo a la vida de Mandela para descubrir que después de 27 años de estar preso, humillado y discriminado por ser negro, salió de su condena con un corazón reconciliador, dispuesto a hacer las paces con sus enemigos, a trabajar con ellos; sólo así pudo volverlos compañeros para luchar en favor de la gente, porque estaba convencido que “los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo”