“¡Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir! ¡Más fuerte fuiste que yo, y me venciste!”, Jeremías 20: 7.
Este capítulo del libro de Jeremías narra uno de los puntos más bajos en el ministerio del profeta. Habiendo tocado fondo, y cansado de la incomprensión de su mensaje no popular, la mentira y el engaño de los otros profetas y la inminente destrucción de la ciudad y el Templo por parte del naciente imperio babilónico, lanza un grito lastimero de renuncia a su llamado y función como profeta.
Había caído en un momento de depresión en el que deseaba, de todo corazón, acabar de una vez por todas, con el tormento que significaba su liderazgo. Este tipo de sentimientos son comunes en los que han sido llamados a ocupar cuadros directivos o a desarrollar liderazgo sirviendo a su comunidad. ¡Todo líder va a experimentar, al menos una vez en la vida, el deseo de dejarlo todo y dedicarse a una vida más apacible y reposada!
Esta experiencia de Jeremías nos provee una interesante perspectiva sobre el origen del liderazgo en la Biblia: ¡el líder eficaz rara vez busca ser líder! La mayoría se resistieron al llamado que Dios hizo a sus vidas. Hubieran preferido hacer una tarea distinta a la que Dios les proponía. Moisés argumentó largo y tendido con Dios, tratando de convencerlo de que él no era la persona indicada para ir a hablar con el faraón. Gedeón puso varias pruebas antes de aceptar el encargo de liberar a su pueblo. David estaba ocupado en cuidar las ovejas cuando llegó Samuel a ungirlo como rey. Jeremías, como dice el epígrafe, fue seducido por Dios. Y como novia bonita, no se entregó fácilmente, pero el Señor fue más fuerte y terminó vencido. ¡Estos hombres llegaron a ser líderes, a pesar de sí mismos!
Hago este énfasis para demostrar la diferencia con el liderazgo moderno que resulta de la ambición personal y no del llamado divino de servir a los demás. Son muchas las ocasiones en las que desechamos o menospreciamos el accionar presente porque creemos que estamos para tares mayores; torpedeando así las oportunidades de superación que Dios nos brinda en el camino del servicio y liderazgo. Los líderes que han alcanzado altos niveles de eficacia en el servicio son aquellos que ocupan cargos por llamado y vocación y no por intereses mezquinos y personales.
En la economía del Reino de Dios no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Esta es la manera más efectiva para que el liderazgo no sea impulsado por el egoísmo y la ambición sino por el sentido de llamado y vocación.
Por supuesto que debemos estar siempre preparados para responder al llamado de Dios, no sea que nos veamos obligados a asumir el liderazgo por la presión del Espíritu y la urgencia de la situación.
Cuando nuestra preparación se junta con la ocasión de Dios es cuando se producen las transformaciones y cambios. Mi oración para que Dios te use en el lugar y ambiente donde te encuentres. ¡Déjate seducir, asume el liderazgo!
Un abrazo y muchas bendiciones…